lunes, 9 de junio de 2008

Algo se mueve en Sicilia




Foto de Robert Capa que decoraba un bar de Palazzolo

Sicilia es una isla enorme, la mayor de Europa, equivalente en extensión a unas 6 veces Mallorca. Su estratégica posición entre la península itálica y el Norte de África, y la fertilidad de sus tierras la hizo atractiva a lo largo de su historia a los ojos de las civilizaciones que en cada momento dominaban el mediterráneo y se expandieron lejos de sus territorios de origen. Así, griegos y fenicios, romanos, árabes, normandos, catalano-aragoneses y españoles la hicieron suya y dejaron su impronta en diferentes épocas. Ya sólo este hecho merece su reconocimiento y su visita, por poco que nos interese el arte, la arquitectura y la cultura de los diversos pueblos que la colonizaron. Los templos y teatros griegos se conservan en mejor estado que en la Ática o el Peloponeso. Las iglesias normandas y arabizantes, el gótico catalán o el barroco español son otros ejemplos de su diversidad arquitectónica.




Teatro griego de Taormina Oreja de Dioniso en Siracusa Circo de Siracusa Teatro griego de Palazzolo Teatro griego de Morgantina Ekklesiasteron de Morgantina Valle del Templo en Agrigento Valle del Templo en Agrigento Selinunte


Por otra parte, la diversidad paisajística es otro de sus atractivos. Sus costas esconden calas de agua cristalina y extensas playas de arena fina. En el interior, bajo la costa norte, un par de maravillosos parques naturales, el de Madonie y el de Nebrodi, modifican el paisaje hasta convertirlo en uno de tipo prealpino. El monte Etna, todavía activo, ofrece un impresionante entorno volcánico de aspecto lunar.

Parco delle Madonie Parco dei Nebrodi Parco dei Nebrodi Parco dei Nebrodi Parco dei Nebrodi Valle dell'Anapo



Cefalu Aci Castello Vista desde Eraclea Minoa Reserva dello Zingaro Reserva dello Zingaro





A pesar de todos estos regalos de la historia y de la naturaleza, el viajero percibe a menudo a su alrededor un estado de cosas que infiere a sus habitantes cierto desánimo o resignación. Quizás sea la pobreza y desocupación secular debidas a la falta de iniciativa pública y privada, quizás la afición a saltarse reglas y leyes de una parte del poder político-económico, quizás la fuerza de la naturaleza desbordante que ha echado por tierra pueblos enteros mediante erupciones y terremotos, o quizás la experiencia histórica de haber sufrido conquista tras conquista sin llegar a ser nunca verdaderos protagonistas de su destino. Quizás sea todo ello lo que confiere a sus habitantes este carácter tristón y melancólico, marcado a fuego por la dureza propia de quien tiene que salir adelante cada día con medios escasos. Un carácter compatible con una amabilidad extrema que ayuda al viajero despistado siempre que puede, hasta el punto de dejar el puesto de trabajo para acompañarlo en busca de una oficina de información o un pequeño albergue de campo, tal como nos sucedió en varias ocasiones, o de acompañarlo en una visita improvisada por el interior del teatro de Bellini sin pedir nada a cambio, como nos pasó en Catania.





El caso es que toda la belleza cultural y natural entronca con cierta dejadez en la gestión del espacio público. Uno se encuentra con núcleos históricos de fachadas desconchadas, todo tipo de deshechos inorgánicos en playas y calles, casas levantadas sin orden ni concierto en parajes protegidos, automóviles que invaden constantemente un espacio que nadie ha pensado en hacerlo amable para el viandante, perros vagabundos que remueven las basuras y campan a sus anchas. En definitiva, uno encuentra en Sicilia el Sur, el Mediterráneo, en todo su esplendor y su decadencia.

Aun así, algo se mueve en Sicilia. Sus habitantes muestran cierto hartazgo ante el desaprovechamiento de la riqueza que su historia y su entorno ofrece. En una ocasión tuvimos que esperar casi una hora en una parada de autobús de Palermo. La gente empezaba a impacientarse y espontáneamente despotricaban contra el mal servicio público. Una señora fue muy gráfica al respecto: “la ricchezza la Sicilia la c’è ma è morta”. En otra ocasión conversamos con Giovanni, el propietario de un alojamiento rural que había dejado un trabajo fijo como informático a cambio de una vida más relajada en el campo. Se quejaba de una falta de valores de la juventud, de la falta de ayudas públicas para innovar y apoyar iniciativas como la suya, que reivindicaban el valor de un trabajo más gratificante. Por último, en Catania nos encontramos con una concentración contra un proyecto de privatización del servicio público del agua en la ciudad. Nos comentaron que el pueblo debía unirse para enfrentarse a los poderes políticos y económicos que querían comerciar con un bien escaso y necesario. Quizás estos tres casos ejemplifican el inicio de un movimiento más generalizado de rebelión pacífica que intenta superar esta resignación atávica del siciliano, fruto del hartazgo ante la impotencia de ver cómo siempre son otros los que pretenden regir sus vidas y aprovecharse de los bienes públicos, de esta riqueza ahora muerta pero que quiere salir a flote para beneficio de sus habitantes. Quizás los restos de los Ekklesiasterion griegos, esos espacios donde la asamblea de la ciudad debatía, ratificaba o anulaba leyes, puedan servir de inspiración a este pueblo que quiere recuperar su riqueza potencial y que llegue a todos por igual.


Cefalu desde el castillo Taormina Aci Castello Catania Caltagirone Vista desde Enna Palermo Palermo




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