jueves, 7 de octubre de 2010

Por qué soy antisistema



Es un dato objetivo sufrido subjetivamente que la violencia me pone muy, muy nervioso. No puedo soportar una discusión encolerizada, en esas ocasiones tiendo de forma natural a intentar aplacar los ánimos. Amo la armonía, la paz, el buen rollito a mi alrededor. Odio los ejércitos, las bombas, las guerras. Cuando me tocaba hacer la mili, me hice objetor de conciencia. Evito siempre que puedo, en definitiva, la violencia más explícita.


Pero sé también que violencias las hay de muchos tipos. Me sulfuran en particular las violencias que no son explícitas, aquellas que no están vinculadas a una muestra de fuerza que se ponga en evidencia por sí misma. Odio en particular este tipo de violencia porque sus agentes causantes parecen estar diluidos en la actividad social normalizada, porque está legitimada o tolerada por las leyes, porque por esta razón es difícil identificarla como violencia y porque sus consecuencias producen un sufrimiento atroz y constante. Éstas son las violencias propias del sistema, de un sistema que ha creado a su alrededor un aparato policial, judicial, económico y político con el que se blinda y se perpetúa. Un sistema que pasa por encima de cualquier consideración sobre la justicia, la igualdad y la libertad. Son las violencias que producen desigualdad, injusticia y opresión.

Es violento un sistema financiero y fiscal que da más a quien más tiene incrementando así las desigualdades sin mérito alguno. Que se lo digan a Amancio Ortega, que este año ha ganado más de 400 millones de euros de dividendos por los que sólo pagará el 21 % en impuestos. Y todo ese dinero se lo ha ganado sin mover un dedo.

Es violento un sistema laboral que desprotege al más débil. Que se lo digan sino al 20 % de la población sin empleo, al otro 40 % que tiene un empleo precario o a la inmensa mayoría que es capaz de callarse, obedecer sin rechistar, hacer horas extra gratis y empeorar sus condiciones de trabajo por miedo a perder su puesto. Y mientras tanto los sindicatos mayoritarios aceptan derrota tras derrota con tal de conservar su cuota de poder.

Es violento un sistema que no asegura una vivienda digna a sus ciudadanos o lo hace a costa de hipotecar la mayor parte de su salario. Que se lo digan sino a los desahuciados, a los que no llegan a fin de mes por tener que pagar una hipoteca o un alquiler desorbitado, a los que tienen que compartir piso o vivir con los padres contra su voluntad, mientras hay miles de pisos vacíos en propiedad de unos pocos.

Es violento un sistema político controlado por los grandes partidos, que legislan en función de sus intereses electorales, que cierran sus listas, que monopolizan las instituciones que gobiernan como si fueran de su propiedad y que acaban encarnando los tres poderes del estado que en teoría debieran estar separados.

Es violento un sistema judicial que llena las cárceles de pequeños delincuentes mientras los de cuello blanco acaban en libertad una vez ha pasado la tormenta mediática. Que se lo digan sino a los Millet, Prenafeta y Macià, violentos extorsionadores que volverían a delinquir si tuvieran la ocasión.

Es violento un sistema mediático que criminaliza a las minorías más débiles, que bajo el manto de la objetividad esconde intereses económicos de sus magnates propietarios y que, amparado por otros estamentos de poder, monopoliza la información a su antojo sin dar espacio a medios alternativos.

Es tremendamente violento, hasta el punto de poder acabar con la vida en nuestro planeta si sigue por este camino, un sistema económico que se basa en el crecimiento continuo a toda costa, sin importarle la destrucción de los entornos ecológicos que nos sostienen.

Las desigualdades de todo tipo son cada vez más intensas y generalizadas. Estamos asistiendo al desmembramiento del estado de bienestar que se consiguió con tanto esfuerzo tras las guerras mundiales que destrozaron Occidente. El capitalismo parece decantarse por una huida hacia delante radicalizando sus principios de la ley de la selva, pasando por alto cualquier valor ético. La justicia, la libertad, la igualdad, son objeto de mofa en las tertulias televisivas. La violencia del sistema nos golpea cada día dejándonos impotentes. No podemos ni siquiera pensar en alternativas cuando nuestra propia supervivencia ocupa todo nuestro tiempo. Esta violencia cruel del sistema nos golpea mientras se queja del pataleo de un puñado de “violentos” callejeros. Al lado de esa violencia inherente al sistema, las piedras contra escaparates, la quema de contenedores, no son más que una pequeña muestra de la impotencia. No es el problema, es sólo un síntoma, una efímera esperanza de que todavía se conserva cierta capacidad de reacción ante el problema gordo, que radica en el propio sistema.

No me gustan las violencias, ninguna de ellas, ya lo dije, por eso soy profundamente antisistema.