martes, 30 de diciembre de 2008
Sincronicidad
Ésta es una de las teorías más sugerentes para explicar toda una serie de fenómenos significativos para nosotros que el pensamiento racionalista y materialista imperante desprecia calificando de puras casualidades.
El origen de la teoría se debe al psicólogo C.G. Jung, fundador de la psicología analítica o arquetípica. La sincronicidad es la explicación que se da a la correlación temporal entre dos acontecimientos -uno subjetivo, interno, psicológico, en forma de imagen, idea o presentimiento, y otro objetivo, externo, físico- que vemos conectados a través de su significado. El ejemplo más común que muchos de nosotros hemos vivido es el de ir caminando distraídamente mientras vas pensando en alguien y de repente, a la vuelta de la esquina, te lo encuentras de cara. Tendemos a pensar que es pura casualidad pero también tendemos a decir que es casualidad todo aquello para lo cual no encontramos una explicación causal.
La sincronicidad nos permite explicar cosas mediante una alternativa a la causalidad y donde la mente tiene un protagonismo singular. Como dice Jung, para la mente el espacio y el tiempo son “elásticos”. Efectivamente, el espacio y el tiempo son categorías de las que nos hemos dotado para clasificar y ordenar las cosas, no son entidades absolutas sino propiedades aparentes de los cuerpos. Cuando la mente relativiza el espacio y el tiempo el principio de causalidad ya no nos sirve. La sincronicidad es fácil que ocurra durante experiencias acompañadas de sentimientos pues entonces desciende el control de la conciencia y el inconsciente aprovecha la oportunidad para ocupar el espacio vacío. Jung especula con una unidad primordial del mundo –el anima mundi- de la que el inconsciente sería un microcosmos. Conscientemente vemos cosas separadas porque no hay una causa que las una pero inconscientemente están unidas y el común significado es la prueba que nos llega de esta unión.
Esta teoría no es una excentricidad pues se ha relacionado con los postulados de la física cuántica y la relatividad. El principio de causalidad no sirve en estos casos. Como mucho podemos establecer probabilidades y formular leyes estadísticas pero en ningún caso somos capaces de predecir lo que le pasará a una partícula individual. La causalidad no funciona en situaciones singulares. Quizás lo que llamamos causa no sea más que una probabilidad estadística.
El creer en las sincronicidades y estar atentos a ellas en nuestra vida diaria nos puede ayudar a la hora de tomar decisiones. Por ejemplo, si queremos realizar un viaje y no sabemos adónde, un montón de “casualidades” irán definiendo nuestro destino. La sincronicidad es una de las vías que puede tomar nuestra psique profunda para comunicarse con nosotros –con nuestra conciencia- y sugerirnos un camino a seguir, camino en el que nos encontraremos más a gusto pues estará en resonancia con nuestros deseos más vívidos.
domingo, 28 de diciembre de 2008
Las ficciones de Joan Fontcuberta
Resulta curioso que coincidan en tiempo y lugar dos exposiciones de fotografía que cuestionan reflexivamente el estatus de la propia fotografía como documento de la “realidad”. Junto con la del MACBA ya reseñada en este blog, comento aquí una retrospectiva del fotógrafo Joan Fontcuberta en el Palau de la Virreina de Barcelona (hasta el 8 de febrero), que nos muestra dieciocho de sus proyectos más emblemáticos.
El autor nos explica que la fotografía consta de tres elementos –el sujeto, el objeto y el medio- pero que, fiel a sus orígenes positivistas, siempre ha privilegiado al objeto, esa supuesta “realidad” de la cual el medio estaba dando fe “objetivamente”, sin que aparentemente hubiera un sujeto que selecciona, decide, encuadra. Fontcuberta pretende cuestionar y desmontar ese privilegio mediante la generación de ficciones documentales que son capaces de engañar hasta a un medio de comunicación como la televisión española Cuatro. Efectivamente, su maravilloso y divertido montaje del supuesto cosmonauta desaparecido de la historia por las autoridades soviéticas fue utilizado como fuente primaria por esta televisión para emitir la noticia como si fuera verdadera. Otros pseudoreportajes como el que nos muestra al autor travestido de talibán junto a Bin Laden o el del monasterio ruso donde se enseñan milagros, van en la misma línea, aquella que inauguraron los llamados “pensadores de la sospecha” –Freud, Marx, Nietzsche- y que trata de ponernos en guardia ante cualquier discurso, elaborado casi siempre desde el poder, que se nos presente como verdadero, objetivo o real. Recordemos, sin ir más lejos, todo el montaje de las armas de destrucción masiva de Irak, con filmaciones incluidas de lanzaderas móviles de misiles y plantas nucleares.
Al salir de la exposición me preguntaba por la razón de esta preocupación obsesiva que en Occidente tenemos por la búsqueda de la verdad y por la sospecha de enmascaramiento de lo que es real. Esta separación entre realidad y ficción quizás sea una fijación propia de nuestra cultura. Continuamente nos asombramos al descubrir una nueva ficción en lo que antes creíamos real. Pero, ¿existe algo real? ¿No es la realidad siempre una construcción cultural y, por ello, una ficción? Y me preguntaba también, justo en estos días de papanoeles y reyes magos, si nuestro afán por engañar a nuestros niños, y el engaño por ellos descubierto junto a su decepción por la caída del mundo mágico, no tendría parte de responsabilidad en esta obsesiva cuestión acerca de lo que es o no verdad. Enseñamos ya a nuestros pupilos desde la más tierna infancia que existen dos mundos, el viejo y mágico mundo de los sueños y la fantasía, y el nuevo y maduro mundo de la triste pero única realidad que hay. Mediante una ilusión después echada por tierra les enseñamos a desconfiar y a sospechar de las ficciones ilusionantes y a creer sólo en lo que los mayores -la autoridad del poder- nos dicen. ¿Pasa esto en otras culturas? ¿O es que sólo ocurre en la nuestra, cristiana y científica?
viernes, 19 de diciembre de 2008
Sin la informática el genoma no existiría
El genoma humano como construcción cultural: la influencia de las TIC
Hoy en día, unos años después de la secuenciación completa del genoma humano, la recurrencia a nuestros genes como causantes de cualquier enfermedad o patología, ya sea biológica o social, ya no extraña a nadie. Se habla del gen de la homosexualidad, de la agresividad, de la adicción, de los múltiples genes del cáncer o de la diabetes, sin que nadie cuestione ni la veracidad ni las consecuencias de este, sin embargo, particularísimo enfoque de lo que es la salud, el cuerpo y la enfermedad. Conviene recordar, pues, cómo hemos llegado hasta aquí y por qué, así como el entramado de agentes –médicos, medios de comunicación, políticos, empresas farmacéuticas e informáticas, universidades- que han participado en la construcción de esta nueva perspectiva de la biología para la cual el genoma humano es un prototipo humano. Debido a la extensión de la red de actores involucrados me limitaré en este artículo sólo a dar unas pinceladas sobre cómo la confluencia de las tecnologías de la información y la comunicación –TIC- con la biología ha dado origen al genoma humano como un objeto técnico y cultural, un híbrido entre naturaleza y sociedad, algo muy alejado de un supuesto “hecho objetivo”.
La biología ha pasado en unas décadas de ser una disciplina orientada al organismo a orientarse a los genes y las proteínas. En vez de ser humanos completos, nos ve ahora como una colección de pequeñas partes que nos determinan. No es una casualidad que este cambio haya corrido en paralelo al desarrollo cada vez más intrusivo de las TIC en la sociedad hasta configurar la tan nombrada “sociedad de la información”.
La biología ha conceptualizado una estructura molecular, el ADN, en términos de información para poder dar entrada a las TIC. Esto lo ha conseguido mediante la caracterización del ADN como una secuencia de bases nitrogenadas que pueden representarse mediante cuatro letras, A, C, T, G. El orden de la secuencia determina su futura traducción por la célula en una proteína determinada. El “Dogma Central” de la biología molecular nos dice que la información pasa del ADN al ARN, y de éste a la célula que fabricará la proteína. Debido a la gran cantidad de bases que forman el genoma (unos 3000 millones en el genoma humano), se necesitan técnicas de lectura que procesen toda esta información a una velocidad adecuada y la almacenen en dispositivos con suficiente memoria y fácil acceso. Las TIC reúnen estas dos características, velocidad de procesamiento y capacidad de almacenaje de información.
Paralelamente se han necesitado crear interfases capaces de extraer la información del medio material en el que está originalmente. Toda esta labor de traducción de materia a una gran cantidad de información se realiza en el interior de los secuenciadores de ADN. Las técnicas de secuenciación han ido mejorando a medida que avanzaba el Proyecto Genoma Humano, con lo que el tiempo de secuenciar un número determinado de bases ha ido disminuyendo a medida que se introducían las nuevas técnicas. Una innovación decisiva fue trocear el genoma en múltiples fragmentos aleatorios, secuenciarlos aisladamente y ordenarlos posteriormente por computador. Estas técnicas han necesitado, así, de complejos algoritmos de programación para poder comparar y ensamblar distintos fragmentos de genoma, y de una capacidad creciente de procesamiento de la información.
Con la investigación genética la biología se convierte cada vez más en una ciencia ingenieril que lee, transcribe, copia, monta y desmonta su materia prima, el genoma. Biólogos e informáticos trabajan y estudian juntos genómica, proteómica y biocomputación. El nacimiento de la bioinformática y su estabilización académica es tanto un síntoma como un factor transformador de las ciencias biológicas, ocupada cada vez más en los artefactos biotecnológicos.
Las TIC no sólo trasladan a la genética las herramientas computacionales y algorítmicas sino también los significados y las estructuras conceptuales. Mediante el uso de analogías entre ambas disciplinas se llega a hablar de un "programa" genético escrito en un "código" de cadenas de ADN descifrables en base a la secuenciación de las bases nitrogenadas -A, C, T, G- que forman el alfabeto del "lenguaje". El código puede ser descompuesto en unidades funcionales, los genes, que serían el equivalente de las "rutinas" de un programa informático. El programa genético puede tener fallos y entonces necesitará ser reparado mediante la sustitución del código erróneo por otro correcto, lo que se conoce como terapia génica.
La teoría de la información y la termodinámica estadística sirven de puente conceptual entre la biología y la informática al añadir a la materia y la energía una nueva entidad susceptible de ser intercambiada en procesos físicos complejos como la vida. La información es una variable que puede ser medida, cuantificada, registrada. Si las estructuras biológicas básicas pueden ser conceptualizadas de alguna forma como información, se abre la puerta de la biología a las técnicas informáticas. La concepción del gen como portador de información, según el “Dogma Central” de la biología molecular, es la llave que abre esta puerta.
Sin la informática no existiría el genoma humano. Las consecuencias de esta informatización de las estructuras biológicas son enormes. Para empezar, la enfermedad pasa a ser un “fallo del programa”. Esto traslada la responsabilidad a nuestro interior individual, ignorando los factores ambientales y sociales y, por tanto, estimulando la negligencia de las políticas de salud pública. Cada trozo de código que se salga del estándar será sospechoso de generar una nueva enfermedad hasta el punto de que se podrá estar “enfermo” sin presentar síntomas. No es ciencia ficción, ya hay cientos de mujeres americanas que se han extirpado un pecho preventivamente tras un análisis genético. Sin duda una discusión más pormenorizada de las consecuencias dan para otro artículo.
Aquí sólo he pretendido mostrar un ejemplo más de cómo las tecnologías imperantes determinan nuestra visión de la naturaleza y el mundo en cada momento.
jueves, 11 de diciembre de 2008
La fotografía como documento: ¿realidad o ficción?
Exposición “Archivo Universal” en el MACBA
La extensa exposición de fotografía que se exhibe actualmente y hasta el 6 de enero en este museo de Barcelona invita a la reflexión sobre el carácter de documento que ostenta la fotografía.
La fotografía como documento es tratada desde diferentes acontecimientos históricos –el movimiento obrero de principios del siglo XX, exposiciones de propaganda, el folklore progresivo, la antropología de Margaret Mead- que cuestionan su carácter objetivo, su fiel reflejo de la “realidad”. Si bien en sus inicios permitió visualizar la emergente clase obrera surgida en los primeros años del siglo pasado, más adelante sirvió a los intereses del capitalismo liberal difuminando las diferencias sociales mediante la documentación de la familia prototípica universal, popular, consumista y aparentemente feliz. Su uso como medio de propaganda estatal en diferentes exposiciones universales contrasta con su cientificismo y anhelo de veracidad al mostrar otras formas de vida a través de la antropología visual.
A caballo entre el arte y el positivismo, los comisarios de la exposición pretenden interrogarnos acerca de su estatus sin posicionarse plenamente a un lado u otro de esta frontera. Lo que parece claro es que este medio documental ha servido para legitimar y recrear diferentes ideologías. El medio es en sí mismo neutro pero no así su mensaje, el contenido que nos transmite. La propia selección del objeto a fotografiar ya supone un filtro ideológico y político. La mirada del documentalista se posa en aquello que le interesa o para lo que ha sido contratado. No es una mirada inocente ni perpleja, aun cuando aparentemente sea desinteresada.
Por otra parte el documento fotográfico ha estado estrechamente vinculado con la historia: sin documento no hay historia, dijo Le Goff. Esta asociación da pie a otra pregunta importante que también nos plantea la exposición. El mundo actual en el que, mediante la digitalización, la fotografía se ha vuelto ubicua, inmaterial, promiscua y omnipresente, ¿anuncia de nuevo, desde otro campo, el fin de la historia? Mi opinión es que no, la historia continua, pero quizás, ya no va a documentarse como hasta ahora o, en cualquier caso, va a permitir múltiples criterios y medios de documentación.
martes, 9 de diciembre de 2008
El relativismo o el cuestionamiento de la verdad
Con este artículo inauguro una nueva sección del blog, Pensamientos, donde las crónicas realizan una incursión en el mundo de las ideas. La podría haber etiquetado también como “Mis teorías favoritas”. Son aquellas teorías, propias o ajenas, con las que más identificado me siento. Mediante las ideas ordenamos el mundo, le damos un sentido a los fenómenos o nos guiamos en nuestras acciones. No hay mundo exterior sin ideas, sin pensamientos, sin una mirada particular enfocada por los conceptos y la experiencia personal. Por eso una crónica no puede ser del todo objetiva. Si el autor no expone sus ideas, su visión del mundo, omite la mitad de su honestidad. Pero bien, la relación entre lo exterior y lo interior será ya materia de un pensamiento específico.
El relativismo afirma que no existen verdades absolutas. En este sentido se opone al dogmatismo. Está emparentado con el escepticismo, aquella corriente del pensamiento que, tras estudiar con cuidado las cosas, llega a la conclusión de que no se puede afirmar o negar nada concluyentemente. Pero el escepticismo lleva a la inacción, la ataraxia, la suspensión del juicio. El relativismo, en cambio, admite la validez de ciertas proposiciones o juicios, aunque siempre referidas a un esquema, estructura o conjunto de valores.
Se dice que el primer relativista fue el filósofo griego Protágoras, quien afirmó que “el hombre es la medida de todas las cosas”. En efecto, miramos al mundo siempre a través de un cristal, nuestro propio ser, condicionado biológica y culturalmente. El mundo no es el mismo para la hormiga, el león, el murciélago o el hombre. Tampoco lo es para un animista afrocubano, para un calvinista o para un científico racionalista. ¿Quién de todos ellos está más cerca de la verdad? Todos y ninguno. Todos están cerca de su verdad relativa y ninguno de la verdad absoluta.
Kant es considerado el último filósofo moderno porque, aun participando del anhelo por la búsqueda de la verdad, llegó a la conclusión de que ésta es imposible, no podemos acceder a una verdad objetiva -lo que él llamó la “cosa en sí” (nóumeno)-, sino sólo a los fenómenos, a lo que se nos aparece. El estudio de los fenómenos sería el campo de las ciencias y, por tanto, muy a su pesar, Kant anunciaba con esta incapacidad la muerte de la filosofía. Pero incluso los fenómenos, los “hechos”, no nos llegan desnudos sino, como bien vio Nietzsche, cargados de interpretaciones, de supuestos teóricos. Nuestra percepción no es neutral. Vemos en función de cómo hemos educado la mirada. “Verdad es lo que afirma el estilo de verdad que es verdad”, dice Feyerabend, y estilos de verdad pueden haber cientos. Es la misma idea de Tarsky de que la verdad sólo puede ser definida como “verdad en una estructura”. Podemos decir que algo es verdadero sólo si encaja en los criterios de verdad que hemos construido previamente, como en aquellos juegos de niños en los que se han de encajar diferentes figuras geométricas en sus moldes respectivos. Desde el campo de la ciencia también se ha llegado a una formulación parecida con el principio de Heisenberg que, generalizado, nos dice que el observador siempre influye en lo observado. Sin embargo la ciencia actúa con el “como si” kantiano, estudia los fenómenos como si fueran objetivos y los expresa en leyes que pretenden ser universales. La ciencia hace trampa porque parte de que todas sus teorías son hipotéticas pero las presenta como verdades absolutas que sólo un ignorante puede atreverse a desmentir. Pero una crítica de la ciencia supera la brevedad de este artículo.
Se acusa al relativismo de inmoral porque con el “todo vale” se puede llegar a negar el Holocausto o el cambio climático, por ejemplo, negar lo que nos incomoda y quedarnos sólo con las verdades que nos interesan. En primer lugar hay que distinguir entre el relativismo en el conocimiento y el relativismo ético. El primero no lleva al segundo, son dos planos distintos aunque interconectados. Lo que podemos conocer es muy diferente de lo que podemos o debemos hacer. En segundo lugar y como ya se ha dicho, el relativismo no niega las verdades relativas, relativas a una época y a una cultura. Los dioses griegos eran verdad en la Grecia antigua al igual que los quarks son verdad para la ciencia moderna. Esto no invalida el que quien quiera pensar como un griego crea en Apolo y Dionisio, aunque resulte anacrónico. Pero lo que sí ofrece el relativismo es una amplitud de miras para no prejuzgar creencias y pensamientos diferentes a los hegemónicos. Nuestra cultura occidental está muy determinada por la ciencia y la tecnología, por el cristianismo y por el materialismo. Si nos alejáramos un poco de estas macroestructuras limitantes se abriría un mundo de posibilidades mucho más rico y diverso. El relativismo es una buena vacuna contra el pensamiento único que nos anquilosa, ya sea científico, religioso o de otra índole, y contra cualquier bandera que quiera imponer su verdad y su visión sobre las demás.
lunes, 1 de diciembre de 2008
Bolonia: ¿estudias o trabajas?
Esta mañana me acerqué al edificio central de la Universidad de Barcelona, ocupado por decenas de estudiantes que exigen reabrir el debate sobre el “plan de Bolonia”, una directiva europea que pretende crear un espacio común europeo de estudios superiores. Había estado leyendo en la prensa diferentes opiniones sobre lo que pretenden unos y lo que reclaman otros y los argumentos eran tan confusos que he preferido sacar mis propias conclusiones, que aquí expongo.
A la entrada del edificio un joven del puesto de información de los ocupantes me informa sobre las reivindicaciones estudiantiles, que son tan simples y tan cargadas de sentido común como que se retire el expediente abierto a unos compañeros, que se debata pública y abiertamente sobre el proceso y que se realice un referéndum vinculante sobra la parada del proceso hasta que no se consensúe un acuerdo. En definitiva, más democracia y empezar desde cero con la participación de todos los afectados. ¿Algo que objetar?
Una vez dentro, cientos de carteles y pancartas cuelgan de las columnas del vestíbulo. Existe información oficial consultable, tal como los decretos ley del estado español y la declaración de Bolonia, y otros documentos con manifiestos de profesores en contra. Primera conclusión: los estudiantes están bien informados y saben de lo que hablan. Subo las escaleras hacia el primer piso y empiezan a asomar los primeros colchones improvisados. Una funcionaria, sentada en una mesa desangelada rodeada de sacos de dormir, busca mi complicidad –caray, por lo visto ya no tengo edad de estudiante- y me insinúa que está un poco hartita de la ocupación. Son más de las diez de la mañana y algunos cuerpos se desperezan con dificultad. Imagino una asamblea nocturna hasta bien entrada la noche. En un rincón una pareja sirve café con leche y pastas caseras. Al otro lado del patio central un grupo realiza ejercicios de yoga, mientras en los pasillos otro grupo confecciona nuevas pancartas. Segunda conclusión: la universidad me parece ahora llena de vida y la experiencia anidará en los participantes. Me doy un paseo hasta las facultades de Filosofía e Historia, en otro edificio del Raval, pero allí la actividad no muestra ningún signo de alteración. ¿Dónde ha quedado ese espíritu combativo de mi época de estudiante de filosofía, cuando ocupamos un edificio del Consejo de Universidades de la Generalitat acompañados del profesor López Petit, ilustre contestatario, para protestar por la marginación de la Filosofía en la enseñanza secundaria? En fin, regreso a casa y me dispongo a leer los documentos recopilados.
Tercera, cuarta y sucesivas conclusiones
Bolonia es una caja que se ha abierto por un motivo aparentemente loable –homologar títulos de distintas universidades europeas para facilitar la movilidad- pero que se ha aprovechado para colar otros muy distintos. Entre ellos están:
La creación de un nuevo mecanismo burocrático de aprobación o rechazo de titulaciones y de los créditos de las mismas. Es decir, se confecciona toda una nueva lista de titulaciones que irán sustituyendo a las anteriores. Se eliminarán las que no convengan, básicamente las que no tengan una salida clara en el mercado laboral. Además, mientras los grados son de tres años en la mayor parte de Europa, en nuestro país son de cuatro –curiosa homologación-.
Se busca la “empleabilidad” (real decreto 1125/2003) de los titulados en el diseño de los grados y masteres, mediante, por ejemplo, la introducción de “prácticas externas”, eufemismo de prácticas en empresas.
Los grados darán una formación muy general mientras en los masteres será más específica. Es decir, lo que antes cubría una licenciatura con precios públicos, ahora se cubrirá con grado y master, éstos últimos con precios mucho mayores. Para paliar este dispendio se pretende implantar el préstamo personal para financiar las matrículas. Por lo visto antes de hipotecarse conviene tener una primera experiencia deudora con los bancos.
Los créditos en los que se divide una titulación incluirán tanto horas lectivas como prácticas y trabajos personales fuera del centro. Se hace más difícil de esta forma compaginar trabajo y estudio.
En el caso concreto de las universidades catalanas los planes de estudio serán propuestos por el Consejo Social, un ente creado en cada universidad por una ley de la Generalitat como “órgano de participación de la sociedad en la universidad” en cuya composición, de quince miembros, sólo hay un representante de los estudiantes, mientras que nueve lo son del Gobierno catalán, Parlamento, empresas y sindicatos.
En definitiva, parece que el criterio seguido en todas las reformas, bajo el paraguas de Bolonia, es el que concibe la formación superior únicamente como formación para el trabajo. ¿Estudias o trabajas? Aquella pregunta retórica y ridícula que hace veinte años se utilizaba para aproximarse a la persona deseada se habrá vuelto definitivamente anacrónica: ¡Vaya pregunta, estudio para trabajar! Y todo ello se habrá fraguado a espaldas de los primeros interesados, los estudiantes, que han sido apartados del debate antes de que comenzase.
Malos tiempos para la lírica, malos tiempos para la crítica. Las humanidades al paredón. El trabajo os hará libres.
sábado, 22 de noviembre de 2008
Una torre tocada por el rayo
Dicen los expertos del Tarot que la carta de la torre simboliza la destrucción de un mundo propio que creamos para protegernos de la incertidumbre, ilusión que acaba funcionando como una prisión. Su caída nos deja momentáneamente desconcertados, en el aire, sin referentes a los que asirnos. Pero tras el golpe contra el suelo uno levanta la vista y se encuentra ante un amplio horizonte que nos invita a caminar por inescrutables rutas. Un universo nuevo de posibilidades se abre ante nuestros pies. Este año que vamos a terminar tiene toda la pinta de ser el año de la torre herida, tanto colectiva como personalmente.
El pensamiento único que ha imperado en los últimos tiempos nos ha hecho creer que la construcción capitalista de la sociedad era la más adecuada para defendernos de lo que pasaba ahí fuera. Con la anónima ayuda de la “mano invisible” y siguiendo el modelo de un supuesto “libre mercado” se ha erigido una torre cada vez más alta, global y omnipresente. En sus últimos pisos fijaron su residencia los gurús de la economía, con su consorte de políticos afines y financieros imaginativos, que exclamaban a voz en grito “ahora por fin seremos libres” mientras en el exterior el silencio del desierto circular se hacía cada vez más patente.
En lo que a mí respecta, la tan ansiada seguridad de un trabajo fijo y bien remunerado me mantuvo durante veinte largos años encerrado en una torre de cristal negro, esta vez física y real, bajo la tutela de una entidad que ha formado parte en nuestro país del selecto grupo de arquitectos locales del capitalismo financiero. Pero para mí esta torre personal ya cayó. Lo hizo tras una breve entrevista con el departamento de recursos humanos –bonito nombre- a principios del verano. Tuve la suerte o la oportunidad de caer con paracaídas, porque fue mi elección. Pero el rayo lo vi y golpeó con fuerza y sentí el vértigo por unos instantes. Ahora lo vivo como una liberación. Mis pasiones -la escritura y el viaje- son mis nuevas guías.
No sé lo que nos deparará el futuro pero, como fruta madura, dejemos que caiga lo que ha de caer.
domingo, 16 de noviembre de 2008
VIVIR – Una joya muy actual del cine de Kurosawa
Esta producción de 1952, con sus críticas a la burocracia institucional, a la política como marketing electoral, a las corruptelas, al trabajo alienante y al trato despreciativo que la administración pública da al ciudadano, tratado todo con una sutil ironía, constata la pérdida de algo primordial en el cine si lo comparamos con el que llega hoy a nuestras pantallas. Pero si a esta crítica social al poder le añadimos la pregunta por el sentido de lo que hacemos, el valor de nuestra dedicación profesional, nuestra capacidad no ya para ser felices sino tan solo para estar mínimamente satisfechos, la película adquiere una profundidad que nos toca de lleno. Entra así en la categoría de obra maestra, una especie en extinción.
El señor Watanabe es el responsable de la “Sección del ciudadano” del ayuntamiento de Tokio, un departamento donde teóricamente se canalizan las peticiones ciudadanas de mejora pero donde en la práctica éstas se pierden en la maraña de la administración cuando se derivan de una sección a otra ante la desidia de los funcionarios. Kurosawa ironiza con el caso de una petición para construir un parque público en un lugar maloliente. Tras pasar por diez o doce secciones diferentes, se completa el círculo y la petición vuelve a la sección del ciudadano, donde se archiva sin darle más importancia. Pero un día el señor Watanabe, viudo, que lleva 30 años trabajando en la misma oficina inmerso en una rutina sin alicientes, descubre que padece una enfermedad terminal. Aquí aflora otra de las críticas del director japonés, esta vez contra el estamento médico que, lejos de confrontar directamente el grave problema con el paciente, minimiza la enfermedad sin darle importancia. Afortunadamente un código compartido entre los enfermos le hace percatarse del pronóstico correcto: le quedan seis meses escasos de vida.
A partir de ahora el señor Watanabe penetra en el círculo fatal de la pregunta por el sentido de la propia vida. Dicen que la muerte es el espejo más fiel ante el que nos sentimos obligados a mirar y enfrentarnos a nosotros mismos, a lo que hemos hecho y lo que hemos dejado de hacer, a lo que todavía podríamos hacer. Ante la muerte de un amigo, un familiar, o la posibilidad de la nuestra, no hay excusas ni subterfugios. No hay tiempo de demora, el plazo nos vence a cada uno inexorablemente y nada puede dejarse para mañana. El funcionario jefe está abatido por su pasado anodino y ahora buscará con desesperación VIVIR lo que le queda de vida. ¿Pero qué significa “vivir” con mayúsculas? Las primeras respuestas las buscará, arrastrado por un escritor bohemio que conoce en un bar, en lo más inmediato, los placeres instantáneos del cuerpo: la bebida, la comida, el sexo.
Tras una noche loca por los garitos de Tokio llega cansado a su casa, donde convive con su hijo y su nuera, que sólo piensan en aprovecharse del dinero ahorrado por el padre. La melancolía se vuelve a apoderar de él, no ha encontrado la respuesta que buscaba. En su casa le espera una antigua empleada que necesita un sello de su jefe en un papel para dejar el trabajo. Dice que lleva un año y medio y se aburre. Este personaje y su actitud ante la vida le conducirá por otro camino. ¿Cómo es que ella quiere cambiar tras un lapso tan corto de tiempo cuando él ha aguantado tanto sin rechistar? Él ha tenido que sacrificarse, dice, para darle seguridad económica a su hijo, quien encima no se lo agradece. La chica, alegre y jovial, le hace ver que su hijo no le ha pedido ningún sacrificio, que la razón que aduce no es cierta, que su decisión le atañe sólo a él. ¿Cuántas veces no realizamos nosotros estos falsos sacrificios poniendo como excusa a un tercero? Dejamos quemar nuestras vidas por el mito de la seguridad, la nuestra o la de nuestros allegados, pero este mito nos impide vivir más plenamente, dirigirnos por el camino que nos indica el corazón y no la razón planificadora, que no es más que un miedo, disfrazado, ante la incertidumbre. El señor Watanabe de momento sólo sabe que se siente bien al lado de la joven y no quiere separarse de ella. La exempleada ha encontrado un nuevo trabajo en un taller de juguetes. Comienza a estar un poco harta de la compañía de un viejo sin ilusiones pero entonces, en lo que será su último encuentro, le da la clave al funcionario para orientar lo que le queda de vida. Ella está feliz porque sabe que con los juguetes que fabrica muchos niños estarán contentos. Un rayo de luz atraviesa entonces el semblante del señor Watanabe. Al día siguiente se reincorpora a su puesto de trabajo, al que había faltado ya durante dos semanas.
A partir de este momento el resto del film nos muestra una larga escena del velatorio del pobre hombre donde sus compañeros y familia rememoran su reciente pasado. Desde que volvió al trabajo el funcionario jefe se empeñó en llevar a la práctica la última petición ciudadana que había quedado sobre su mesa, la construcción del parque. Pasando por encima de todos los obstáculos burocráticos, corruptelas y desidia incluidos, visitando personalmente todas las secciones implicadas, hasta al teniente de alcalde, haciendo seguimiento de las obras, en fin, implicándose en cuerpo y alma, consigue tras cinco meses que se inaugure el parque con gran regocijo de sus impulsoras iniciales. La última noche de su vida la pasa columpiándose alegremente bajo la nieve en las nuevas instalaciones. Ésta es la imagen del cartel de la película que se muestra en este artículo. La ironía de Kurosawa nos deleita al final con otro regalo: los compañeros del muerto habían decidido emular a su antiguo jefe implicándose cada uno en resolver las peticiones que llegaran; pero al día siguiente, ante la primera de ellas, la desidia y la falta de compromiso y apoyo del nuevo responsable, vuelve a vencer la partida. Es muy gráfica la imagen de uno de los funcionarios escondiendo la cabeza tras una pila de expedientes desordenados sobre su mesa. El señor Watanabe encontró finalmente el sentido de esas eternas horas de su vida que dedicaba a ganarse el sustento. Pero ¿encontraremos nosotros el nuestro?
martes, 11 de noviembre de 2008
Historia de una foto: subida a una duna del Erg Chebbi en Marruecos
La noche anterior habíamos dormido en la terraza de un pequeño hostal a unos kilómetros de Merzouga, al sureste de Marruecos. El establecimiento estaba aislado de cualquier otro signo aparente de civilización, al final de una pista que discurría, como el rastro de un tiralíneas forjado por una mano divina, a lo largo de una hamada interminable. El desierto es frío de noche, incluso en el más tórrido de los veranos, pero la visión del manto estrellado que nos cubría compensaba con creces la sensación de desamparo.
El silencio y las estrellas, las estrellas y el silencio, atributos de una noche que induce a experimentar en la propia piel aquello que los primeros antropólogos describieron como “participación mística” al referirse al estado emocional que provocan determinados rituales ancestrales. Uno se siente formar parte de una unidad con el todo que está más allá de lo humano, demasiado humano.
A la mañana siguiente nos levantamos bien temprano, con la primera claridad del día, y nos dirigimos hacia una de las dunas más altas del Erg Chebbi. Queríamos alzarnos sobre ese mar anaranjado para contemplarlo hasta donde abarcara la vista. Mientras decidíamos qué camino tomar aparecieron de la nada dos, cinco, catorce y al final una veintena de chiquillos sonrientes que gesticulaban y nos hablaban en una lengua extraña. Señalaban nuestros pies y nos tiraban del brazo o de la mano con insistencia. Nos dejamos llevar. Ya habíamos aprendido que por esos lares la amabilidad y la hospitalidad están por encima de las posibles recompensas.
A medida que íbamos subiendo nuestras piernas se hacían más pesadas. Entonces nos descalzamos y entendimos lo que nuestros pequeños guías nos habían intentado transmitir al principio. El pie se hundía pero ofrecía menos resistencia. La arena estaba todavía fresca. Enfilamos la subida a la duna por una de sus aristas, otro de los trucos que nos enseñaron los experimentados chavales. A medio camino empezó a soplar el viento, al principio suavemente, después embravecido. Una nube de polvo nublaba la vista y cada vez era más difícil avanzar. Unos cuantos abandonaron y sólo dos o tres continuamos, arrastrados por la fuerza cada vez mayor de nuestros acompañantes. Finalmente llegué a la cima. Al otro lado el mar de dunas era inmenso y traspasaba la frontera argelina. Fue justo entonces cuando me giré para ver quién me seguía y la imagen velada que me llegó activó algún recóndito mecanismo que me hizo desenfundar mi pequeña compacta y disparar casi instantáneamente, sin tiempo a pensar ni en encuadres, ni en diafragmas, ni en velocidad alguna. Era el año 1992, cuando todavía no existían ni la fotografía digital ni el Photoshop. La imagen está tal cual la tomé, salida sin más artificios del revelado químico. Mi cámara se paró allí, no quiso continuar, como si hubiera dicho “basta, hasta aquí he llegado y me doy por satisfecha”. La arena que le entró en ese momento fue suficiente para frenar el avance del carrete. Tuve que tirarla al volver a casa pero la alegría que me dio con su última foto compensó la pérdida.
Desde aquí quiero, a través de esta imagen, rendir un homenaje a aquellos risueños compañeros y guías de nuestra subida a la duna. Sin poseer nada no nos pidieron nada. Es uno de los mejores regalos que he recibido nunca durante un viaje.
domingo, 9 de noviembre de 2008
O Pelouro: otra educación es posible
En una época como la nuestra en la que el fracaso escolar campa a sus anchas por las aulas de nuestros institutos de educación, la experiencia de la escuela de innovación psicopedagógica “O Pelouro” se convierte en una isla de esperanza, aunque por desgracia demasiado alejada del horizonte educativo con el que nuestras instituciones políticas nos han dotado. Enclavada en una pequeña aldea rural del sur de Galicia, Caldelas de Tui, lindante con las apacibles aguas del río Miño , rodeada de robledales y castaños, la escuela fue fundada en el año 1973 por la psicopedagoga Teresa Ubeiga y el neuropsiquiatra infantil Juan Rodríguez de Llauder, a partir de un viejo hotel restaurado . Actualmente conviven en ella más de un centenar de niños y niñas de primaria y secundaria, muchos de ellos como internos, con diferentes grados de “diferencias” psicocognitivas. Y es que el lenguaje es importante en O Pelouro porque si a la psicosis, la esquizofrenia, el autismo, la hiperactividad o el síndrome de Down les llamamos “diferencias”, los niños que estudian en O Pelouro dejan de ser discapacitados, disminuidos, minusválidos o subnormales para pasar a ser, simplemente, diferentes. De esta manera se eliminan las etiquetas limitantes y con estos presupuestos filosofícos es como educa todo el personal de O Pelouro, desde los profesores y ayudantes hasta los directores del centro. Luis, el profesor de ciencias naturales, con más de 20 años de experiencia docente en escuelas privadas “normales” y ahora ya cuatro años en O Pelouro, me explica que en sus clases él sabe que sólo le van a seguir al cien por cien una minoría de alumnos, pero que luego éstos van a ayudar al resto a asimilar los contenidos impartidos. De esta manera todos ganan: los que llegan, porque al explicar lo aprendido refuerzan sus conocimientos, y los que no llegan, porque reciben en un lenguaje más próximo las enseñanzas. Los éxitos les avalan, prácticamente no hay fracaso escolar y en los estudios postobligatorios los estudiantes demuestran que están muy bien preparados. Respecto a los chavales con algún “problema psíquico” los resultados han sido tan satisfactorios que varios especialistas europeos han pasado por la escuela para estudiar el método psicopedagógico. Durante mi visita me encontré con el caso de un adolescente que entró dos años atrás con una psicosis muy intensa. En un año había mejorado tanto que quería cambiar de escuela porque ya se consideraba “curado”. El día comienza en O Pelouro después del almuerzo con una asamblea donde se reúne el colegio entero, alumnos de todas las edades, profesores y directores. Allí se deciden las actividades que van a desarrollar atendiendo al interés y al estímulo de los alumnos. Y allí también, en público, se resuelven los conflictos intentando llegar al fondo de la cuestión en cada caso. Con frecuencia se realizan monográficos centrados en un asunto concreto que cada estudiante va a tener que desarrollar desde ópticas diferentes mediante los múltiples recursos de que dispone la escuela, incluido un huerto que los alumnos mantienen. La idea subyacente es dar siempre una visión amplia e interdisciplinar de los temas a tratar, estimular el interés y las iniciativas y promover las relaciones entre todos y el trabajo en equipo. También se da mucha importancia a las cuestiones emocionales, tan intensas en estas etapas de la vida, amplificándolas cuando es necesario mediante psicodramas, y dándoles vías de expresión mediante actividades plásticas, teatro, música y psicodanza. Qué alejado resulta todo esto de las políticas educativas de las escuelas “normales”, donde cada vez más se imponen la segregación y segmentación de los alumnos por niveles o capacidades y donde las emociones y conflictos se intentan esconder, minimizar o reprimir, en cualquier caso, desatender. Sólo podemos desear larga vida a este tipo de escuelas y que las instituciones se tomen en serio la educación de nuestros menores aprendiendo de y apoyando experiencias como la de O Pelouro.
lunes, 3 de noviembre de 2008
Una viaje de naturaleza alrededor de Islandia
Con una extensión similar a la de Gran Bretaña y una población de unos 300.000 habitantes, la mitad de ellos en Reykjavik y alrededores, esta isla ofrece la mejor oportunidad en Europa para contemplar paisajes salvajes donde la civilización todavía no ha dejado su impronta. Volcanes, fumarolas, glaciares, las mayores cascadas de Europa y acantilados de vértigo son la expresión de una naturaleza extrema que ha modelado la isla mediante la combinación de agua y fuego. Su ubicación próxima al círculo polar ártico le dota de unos largos días de verano y de una masa de hielo perpetuo que hacen feliz al naturalista más hiperactivo. La isla se puede recorrer de forma segura en coche a través de la Ring Road, una carretera que da la vuelta a la isla cerca de la costa y que sólo en algunos tramos está sin pavimentar.
El círculo de oro
Cerca de la capital se encuentra una de las rutas más impresionantes y visitadas del país, el llamado “círculo de oro”. El parque natural de Pingvellir es una extensión de pequeños árboles junto a un gran lago. Alberga una falla que separa las placas tectónicas de América y Europa. En este parque, junto a la falla, que servía de amplificador de voz, se constituyó el primer parlamento de Europa, el Alping, en el año 930 de nuestra era. Allí los vikingos, primeros colonizadores del territorio, sentaban las bases de su comercio interior, resolvían disputas y promulgaban las normas que debían organizar su incipiente sociedad. Cerca de allí se encuentra Gullfoss, una doble cascada de 32 metros que en días soleados polariza la luz en hermosos arco iris. A pocos kilómetros llegamos a Geysir, una zona donde la actividad del interior terrestre expulsa masas de agua subterránea mezcladas con humo sulfuroso dando lugar al fenómeno que ha tomado su nombre de este lugar.
La costa del sur
A medida que nos alejamos de Reykjavik hacia el sur se empieza a percibir la baja densidad poblacional del resto de la isla. Los pueblos marcados en el mapa son en realidad comunidades de una docena de casas y las carreteras se convierten en largas pistas de asfalto o grava con muy poco tráfico. La costa sur está dominada por el grandioso glaciar Vatnajökul que vierten las montañas más altas del país, de alrededor de 1800 metros, y cuyas innumerables lenguas asoman casi hasta el mar. La primera de las grandes cascadas del sur, Skógarfoss, la encontramos cerca de Vik. La magnitud de sus 62 metros de altura se aprecia si nos atrevemos a humedecernos con el vapor que se forma cerca de su base. También es posible subir por un camino escalonado hasta la cima y contemplarla desde arriba. En Vik, pequeño pueblo costero con una playa de arena negra, podemos admirar los acantilados donde anidan pájaros que sólo se ven por estas latitudes, como los puffins y las golondrinas árticas. Si subimos arriba podremos contemplar mejor la extraña silueta de unas rocas separadas de la orilla que, cuenta la leyenda, formaban las velas y el casco de una antigua barcaza vikinga, ahora petrificada. La mayor atracción de esta costa es sin duda el parque natural de Skaftafells, cuyo centro de información se encuentra al pie de tres glaciares. Aquí se puede contratar una excursión a pie por el glaciar Svinafellsjökul, de dos o cinco horas, con el equipo completo de crampones, pico, arneses y casco. Admiraremos así las graciosas formas del hielo, con sus grietas y cavidades de tono azulado, en medio de un silencio sólo roto por el crujir de los pasos. Dejando atrás ya la gran masa de hielo la carretera pasa por Jökulsárlón, la laguna glacial, un lago junto al mar, formado por la fusión del hielo, donde navegan a la deriva pequeños icebergs. Pronto entramos ya en la enrevesada costa Este, con los fiordos que entran varios kilómetros tierra adentro. Tras visitar los primeros pueblos pesqueros, nos dirigimos hacia el norte de la isla pasando por la zona del lago Myvatn.
El norte de la isla
Las principales bellezas naturales de esta parte se encuentran alrededor del lago Myvatn. Se trata de una zona de gran actividad de la corteza terrestre donde es frecuente encontrar fumarolas, como las de Krafla. El fuerte olor a sulfuro y el sonido del lodo en ebullición podría inspirar la descripción de un infierno dantesco. Cerca del lago se puede subir hasta el cráter de un volcán extinguido de tan solo 2500 años, el Hverfell, y rodearlo por un camino donde el color negro contrasta con la claridad del cielo. Si nos alejamos un poco hacia el noreste llegaremos al parque con un nombre impronunciable, el Jökulsárgljúfur, que consiste en un cañón de unos 30 km. de largo que forma el segundo mayor río de Islandia, nacido en el gran glaciar del sur pero que desemboca esta vez en el océano ártico. Las paredes del cañón llegan a tener 100 metros de altitud y una amplitud media de 500 metros. En el extremo más interior se encuentra otra de las más famosas cascadas, la Dettifoss, que se puede contemplar desde bien cerquita en su parte superior. Tras unos escasos 50 Km. desde Myvatn llegamos a Húsavík, centro pesquero del ártico famoso por sus fáciles avistamientos de ballenas. La visión de su aleta dorsal a pocos metros, el resoplido de su respiración y, si se tiene suerte, el barrido de su cola cuando se zambulle de nuevo en el mar, dejan un recuerdo inolvidable.
La península Snaefellness del este
Si queremos alejarnos de los caminos más trillados y sentir la naturaleza aislada en todo su esplendor tendremos que abandonar la Ring Road. Una buena opción es adentrarse en esta península, al este de la isla, hasta llegar a su extremo más occidental, donde se levanta un volcán bajo el glaciar Snaefellsjökul, conocido por ser el lugar donde Julio Verne situó la entrada al centro de la tierra en su famoso libro. En estas costas han naufragado cientos de barcos desde el descubrimiento de América hasta nuestros días. Todavía hoy se pueden encontrar restos de embarcaciones de madera o trozos de casco de hierro oxidado a modo de esculturas posmodernas esparcidas entre las rocas o playas. Si uno se acerca con sigilo a los acantilados podrá contemplar también a estos graciosos pájaros, mitad pingüinos, mitad gaviotas, que son los puffins, con sus picos y pies anaranjados, especie endógena de la isla.
Para finalizar un viaje tan intenso en emociones paisajísticas la isla ofrece una apacible descanso gracias a sus múltiples establecimientos de aguas termales. Sin duda la Blue Lagoon, al sur de Reykjiavik, es la más espectacular y visitada, por el color azul de sus aguas, fruto de la acción de unas microalgas que viven en ellas. Pero durante el camino habrán habido otras muchas posibilidades de disfrutar al aire libre de un caldeado y reconfortante baño en las piscinas municipales de cada pueblo o ciudad, mucho más baratas y donde el contacto con la población local es más fecundo.
viernes, 31 de octubre de 2008
El paro y las incompatibilidades
La amable funcionaria de la Oficina de Ocupación no dudó ni un segundo. Ante mi semblante atónito, me lo repitió por segunda vez. Efectivamente, si quería completar la prestación mensual del paro, menosdemileurista, con alguna que otra colaboración ocasional en un medio de comunicación, debía aportar las facturas cobradas para que me descontaran los importes de la prestación de desempleo. Es decir, los dos ingresos eran compatibles pero no acumulativos, con lo cual el trabajo realizado no revertería ninguna ganancia adicional, anulando así la esperanza de llegar a fin de mes con un poco de dignidad. ¿Alguien se extraña de que exista la economía sumergida?
Dio la casualidad que el mismo día se publicaba en los diarios la noticia de que el Congreso había aceptado la compatibilidad, esta vez acumulativa, de los ingresos como diputado del señor Acebes con los derivados de su nueva actividad como abogado. O sea, que el señor Acebes y otras señorías en una situación análoga no deben restarse las ganancias de su actividad privada de los 60.000 euros anuales que cobran en el Parlamento. ¿Y además no fichan, pueden salir al extranjero libremente, asistir o no asistir a las sesiones y cobrar dietas del erario público? ¿Y quién ha aprobado tan grandes ventajas? Por lo visto, diputados como él.
Ésta no es la única limitación que tiene un parado que intenta salir adelante. Por lo visto tiene que estar “a disposición de los Servicios Públicos de Empleo españoles”, lo cual implica que para seguir cobrando la prestación sólo se puede salir al extranjero un máximo de 15 días al año acumulados y siempre que se comunique la salida y se autorice el traslado. Si uno quiere pasar más de 15 días fuera puede suspender el cobro del paro para retomarlo a la vuelta, pero sólo si se sale a buscar trabajo, a estudiar o a colaborar como voluntario en una ONG. En cualquier caso, a la vuelta se ha de justificar cada uno de estos supuestos desde el primer al último día, con un certificado oficial que lo corrobore. Nada de salir, pues, para buscarse la vida, relajarse un poquito en casa de algún amigo europeo, realizar un viaje de autoconocimiento largamente postergado o simplemente, para visitar a un familiar que vive fuera. En todos estos casos, si se superan los 15 días, el Instituto de Empleo puede anularte la prestación. Ni siquiera se puede solicitar una suspensión, durante el tiempo que dure la salida, si el motivo no es uno de estos tres supuestos establecidos. Es decir, que aunque no cobres nada del erario público, tampoco puedes estar fuera si no quieres arriesgarte a perder la prestación económica a tu vuelta. ¿No es esto algo parecido a estar secuestrado en tu terruño? ¿Qué daño se hace al Estado y a sus contribuyentes si no les cuesta nada tu estancia en el extranjero?
¿Para cuándo un sindicato de parados?
Las enseñanzas del rey Lear. La historia se repite.
Éste es un artículo publicado en el año 2002 en el diario digital Informativos.info, ya desaparecido. Entonces denunciaba las ayudas públicas recibidas por una empresa privada multinacional que cerró dejando en la piqueta a cientos de trabajadoras. La historia se repite estos días con el presunto cierre de la fábrica catalana de Nissan, receptora de ayudas públicas de más de 40 millones de euros en pocos años. El color del gobierno de turno -Aznar/Pujol entonces, Zapatero/Montilla ahora- no es ninguna garantía para el uso responsable de los recursos públicos. Se sigue pensando que ayudar a las empresas sin contrapartidas ni compromisos es la forma adecuada de "activar la economía" en beneficio de todos. Nadie aprende de los errores del pasado ni nadie dimite por incompetente.
No, no se trata aquí de analizar las enseñanzas sobre las pasiones humanas que podemos extraer del drama de Shakespeare. Se trata de aprender de las consecuencias que una decisión fría y calculadora, tomada a miles de kilómetros de distancia, tiene sobre la vida de miles de trabajadores, y de cómo nuestros poderes públicos son corresponsables de este drama real y cercano.
Hace unos meses, en un despacho de Detroit, un grupo de directivos de la compañía Lear, una multinacional de la industria del automóvil, acordó cerrar 21 de sus fábricas, repartidas por todo el mundo. La semana pasada trascendió a la opinión pública que una de estas fábricas estaba situada en Cervera, un pueblo leridano. Más de 1200 personas, un 80 % mujeres, se quedarán sin cobrar uno de los salarios más bajos de España del ramo del metal. Entre los trabajadores afectados se encuentra también un centenar de presos de centros penitenciarios de Lleida y Tarragona que, a través de una iniciativa de la Generalitat, trabajaban para la compañía. La fábrica es rentable, ha obtenido cuantiosos beneficios en los últimos años, pero parece ser que en los países del Este los salarios son todavía más bajos y los sindicatos tienen poca fuerza. Allí trasladará la multinacional parte de la producción desmantelada. La decisión es muy racional y utiliza un argumento bien simple: cuanto más barata es la mano de obra, mayor es el beneficio. ¿Por qué nos escandalizamos tanto? ¿No se trata de una lógica perfectamente clara la que sigue este rey del cálculo neoliberal? Puedo imaginarme a los ejecutivos delante de gráficos, estadísticas y simulaciones, escuchando atentamente al responsable de la planificación estratégica. Total, ¿quién conoce a esos pobres desgraciados de nombres tan impronunciables como Fuster, Conillera o Solà? Si fueran nuestros vecinos nos lo pensaríamos dos veces, no fuera que se les ocurriera romper los cristales de nuestras casas. Pero estando tan lejos ...
Más o menos por la misma época en que la compañía de Detroit tomaba esta decisión, el movimiento antiglobalización se manifestaba contra el Banco Mundial por las calles de Barcelona. El presidente de la Generalitat, Honorable señor Jordi Pujol, arremetió entonces contra los movilizados tildándolos de revoltosos que no ofrecen ninguna alternativa. Parece ser que el Honorable señor Jordi Pujol sí tenía y tiene la solución a nuestros problemas. Todo consiste en subvencionar a empresas globales y en facilitarles cualquier tipo de ayuda para que se instalen en nuestro país. ¡Benditos sean los puestos de trabajo! Se busca el lugar con el peor convenio colectivo, se paga formación a mujeres y reclusos con dinero público, unas rebajitas fiscales por aquí, unas infraestructuras gratuitas por allá, y el capital fresco inunda nuestras tierras. Pero el President debería saber que el capital se mueve como pez en el agua en este mercado único y que, tan pronto como llega, se reproduce y se va. La misma ignorancia anida en las palabras del alcalde de Cervera cuando declara “no esperábamos tanta ingratitud de la multinacional Lear”. El gobierno municipal se había dejado también sus dineros en mejorar los accesos a la fábrica y en pagar el transporte de los trabajadores, además de otras ayudas. La ingenuidad puede ser positiva en boca de quien, sin armas ni experiencia, se lanza hacia la utopía. Pero desde la responsabilidad política, cuando se manejan recursos públicos y se tiene poder para decidir su uso, la consecuencia de la ingenuidad sólo puede ser una: malversación de fondos.
Este caso debería servir para ilustrarnos acerca de los efectos que la lógica del capital tiene sobre nuestras vidas. La globalización neoliberal no atañe sólo a lejanos países del Tercer Mundo. Allí, sin duda, se da en toda su crudeza. Pero quizás, si nos damos cuenta de que nosotros o nuestros vecinos también somos víctimas de este pensamiento único, podremos por fin motivarnos a pensar, entre todos, en las alternativas posibles. Empecemos a buscarlas a través de un enunciado bien simple: no queremos puestos de trabajo a cualquier precio, lo que queremos es que nuestras necesidades, tanto materiales como espirituales, estén cubiertas. Las nuestras y las de cualquier habitante del planeta. ¿Aprenderán nuestros gobernantes algún día la lección? El rey Lear se ha ido pero sus hijas no lo van a llorar porque otra lógica, más humana, más ética, es posible.
jueves, 30 de octubre de 2008
El nuevo paradigma científico: ¿nueva Ciencia o vieja Filosofía?
En el año 1995 publiqué este artículo en la revista Mania de la Universidad de Barcelona, de la cual fui uno de sus humildes fundadores. Me ha parecido oportuno recuperarlo para esta web por su vigencia y como paradigma de mis pensamientos sobre la ciencia.
El estudio social de la Ciencia ha sido crucial a la hora de desenmascarar a ésta de sus pretensiones absolutistas. No solo ha mostrado la densa malla de relaciones tejida entre Ciencia, Tecnología y Sociedad con sus mutuas implicaciones, coartadas y justificaciones, sino que además ha acentuado el carácter parcial y relativo tanto del supuesto “método científico” como de las teorías científicas. Desde Kuhn -la lectura y reflexión en torno al hilomorfismo aristotélico despertaron sus controversias sobre cuestiones metacientíficas- y su concepto de paradigma como marco histórico-conceptual en el que nace y se desarrolla una teoría, la Filosofía de la Ciencia ha dado un giro de 180 grados en el análisis de su objeto de estudio, aunque todavía hoy persistan excepciones tardías imbuidas en el antiguo paradigma de la modernidad.
Sin embargo el estatuto de la Ciencia sigue estando muy alto, tanto para la miopía política que sigue subvencionando a ciegas todo proyecto que se enmarque bajo la etiqueta de científico, como para la sociedad en general, que tiene puestas sus esperanzas -vanas esperanzas- en el progreso científico y acepta únicamente y sin posibilidad de crítica, como si de un dogma de fe se tratara, cualquier explicación que emane de la comunidad científica. Prácticamente todos los medios de comunicación disponen de un apartado o suplemento en el que se difunde sin cesar la imagen estándar de la Ciencia, esa según la cual la Ciencia nos libra o va a librar de todos los males, profundiza en los misterios de la Naturaleza descubriendo una y otra vez los oscuros velos que esconden la Verdad y proporciona al ser humano confianza y seguridad, la sensación de que todo está controlado, incluso su libertad.
El énfasis desmesurado que se pone en la pretendida separación entre Ciencia y Tecnología salvaguarda la responsabilidad de la primera ante cualquier lamentable desgracia de la ciencia aplicada. Estos accidentes, que a punto han estado en varias ocasiones de enviar al hombre al cajón de las especies extinguidas, son incomprensiblemente tolerados por la sociedad como un mal menor, como la contrapartida, el precio que hay que pagar por la exitosa actitud prometeica de nuestra cultura occidental, como si nuestro hígado fuera sólo un apéndice que vale la pena sacrificar, sin tener en cuenta que con él el águila devora también nuestra fuerza vital, es decir, nuestra alegría de vivir.
Se sigue vendiendo la idea de que el error se combate con más ciencia, de que existe una ciencia básica, de que la Ciencia es el único saber verdadero y su discurso el único a tener en cuenta, -¿cómo podría sino explicarse el devastador efecto del trabajo sobre las revoluciones científicas del físico Kuhn?-. Pero tanto la ciencia que se explica al gran público como las cosmovisiones científicas construidas en nuestro siglo no son ciencia en sentido estricto. Sabedores de que lo que realmente interesa a la gente sobre la Ciencia es lo que de Filosofía hay en ella, la propaganda científica adjunta a los logros tecnológicos obtenidos, desarrollos teoricistas que hablan sobre el Universo, sobre la vida, el espacio y el tiempo, el azar y la necesidad, el indeterminismo o el caos.
Pero en este punto se impone una tarea filosófica esencial. Lejos de la mirada acomplejada que la Filosofía tradicional de la Ciencia ha proyectado, lejos de la idealización que desde la Filosofía se ha hecho de la Ciencia como una “hija aventajada” -hija cruel que a punto ha estado de matar a su madre-, una Filosofía crítica de la Ciencia puede contribuir a hacer bajar de su pedestal a esta nueva Religión y arrastrar sus teorizaciones al terreno de la discusión filosófica, quitarles el Aurea cientifista que las hace intocables y verdaderas.
La íntima relación entre Ciencia y Tecnología queda patentizada cuando comprendemos que el trasfondo de la mirada científica y de todos sus presupuestos y prejuicios -aquello que no se expresa explícitamente- sigue las dos máximas siguientes, extraídas del análisis que Nietzsche hace del pensamiento socrático en “El nacimiento de la tragedia”:
“Solo existe lo que puede ser conocido”
“Solo puede ser conocido lo que puede ser transformado”.
Es decir, si algo no tiene visos de ser transformado -mediante alguna tecnología- queda fuera del conocimiento teórico, fuera del alcance de la Ciencia, y por lo tanto no es Verdad, o sea, no existe. La superación de este nihilismo radical propio de nuestro tiempo en el que se ha convertido el optimismo teórico primigenio pasa por la inversión de estas máximas en otras como:
“El ámbito de lo cognoscible es mayor que el de lo cognoscible científico”
“Lo cognoscible no es ni mucho menos solamente lo transformable” o, en todo caso, “El que algo no sea cognoscible no quiere decir que no exista”.
Hoy en día las superteorías científicas -teoría de la relatividad, mecánica cuántica, teoría del caos- gozan de enorme popularidad y aceptación. Por una parte reflejan un aparente progreso de la Ciencia mediante conceptualizaciones abstractas que abarcan cada vez mayores ámbitos, incluyendo a las anteriores teorizaciones hoy obsoletas como simples casos particulares. Por otro lado sus complejas formulaciones, sus esotéricas conclusiones y sus dificilmente comprensibles resultados la acercan a la arquetípica idea de Verdad (“la auténtica naturaleza de las cosas suele estar oculta”, decía Heráclito).
Esta nueva Ciencia, no exenta de los influjos posmodernos de nuestro tiempo, se aleja de los postulados de la Ciencia estándar que intentan justificar y fundamentar todo el conocimiento. Es como si a base de focalizar demasiado en el ámbito de lo pequeño, de aumentar el campo de visión en el ámbito de lo grande, de pretender estudiar una complejidad orgánica que desborda al observador atemporal, de abstraer, de “des-subjetivar” al máximo, la nueva Ciencia hubiera llegado a sus límites epistemológicos incurriendo inevitablemente en contradicciones, vaguedades, relativismos, acontecimientos acausales, faltas de precisión, etc., muy alejado todo ello del supuesto racionalismo que la justifica. Incluso en el método, con el auge de la simulación por ordenador, ya habitual en muchos campos, se aparta de los cánones que hasta hoy han limitado toda actividad que pudiera llamarse científica, pues al introducir un componente de azar en los cálculos y simular una realidad virtual, ¿ dónde queda el elemento empírico ?
Los aparentemente sólidos fundamentos de la vieja ciencia, la que nos ha traído el progreso tecnológico, se resquebrajan a la luz de los postulados de la nueva ciencia. Así, en mecánica cuántica se pasa del determinismo al indeterminismo, de la precisión a la probabilidad y a la incertidumbre, de una idéntica naturaleza de la luz a la dualidad onda-corpúsculo; en la teoría de la relatividad, aunque se postula un espacio-tiempo absoluto, se abstraen estos dos “a priori de la sensibilidad” en uno solo relativizando las experiencias parciales de los sistemas no inerciales; en la teoría del caos, el azar y la indeterminación desplazan a la necesidad, la ley y el orden; en cosmología se buscan galaxias de antimateria, mientras nada se puede decir -ni pensar- del segundo cero o menos uno de la hipotética expansión del Universo.
Ante las férreas limitaciones de las antiguas conceptualizaciones se crean nuevas que empujan a esta Ciencia hacia el terreno sin abonar del arte y la mística. No en vano gran parte de los padres de esta Metaciencia -por no querer llamarla Filosofía-, como Bohm, Einstein, Capra, Heisenberg o Prigogine, han abrazado un espiritualismo místico en su visión del mundo que poco tiene que ver con el paradigma de la ciencia clásica. El nuevo paradigma en el fondo proclama el paso de una verdad absoluta a la relatividad de la verdad, de la univocidad a la analogía, de la identidad a la lucha de contrarios, pero ¿no estamos aquí en el campo de juego de toda una tradición filosófica que en nuestras latitudes empieza en Heráclito y culmina en Nietzsche? O mirando desde otra perspectiva, ¿no han de recuperarse y revalorizarse entonces la magia, el espiritualismo, el conocimiento trágico o el pensamiento mítico?
Poniendo el acento sobre estos resultados sería deseable contribuir así al nacimiento de este nuevo paradigma que relativiza la Verdad hasta sus últimas consecuencias. Si a la nueva Ciencia se la sigue llamando Ciencia es solo porque sus representantes teóricos han tenido formación científica y han realizado sus investigaciones dentro del marco social de la Ciencia de siempre, convencidos de estar descubriendo verdades cada vez más íntimas, y revistiendo sus desarrollos teóricos de un complejo formalismo matemático que aleja del profano toda crítica de los mismos. El que la nueva Ciencia siga llamándose Ciencia sería así una garantía de esta supuesta Verdad, pero ¿cómo puede ya seguir hablándose de Verdad desde esta perspectiva cuando el fundamento de la Verdad se rompe en mil pedazos bajo sus pies? Solo así podría hablarse no ya de verdad y falsedad, sino de mayor o menor adecuación de unas explicaciones a unas estructuras representativas, en línea con la idea de la Lógica moderna, formulada por primera vez por Tarski, de verdad en un sistema o estructura.
Llegados a este punto nos debemos preguntar, ¿puede la Filosofía no solo criticar sino retomar también las riendas del conocimiento? Una respuesta positiva pasa inevitablemente porque la Filosofía abandone sus prejuicios racionalistas, su vocación sistemática y acepte el devenir, la analogía, el mito, la memoria, el tiempo, con la mirada puesta no ya en la verdad sino en el sentido, fundiéndose con el arte. Pero la pregunta por la Filosofía, por qué es filosofar, por la posibilidad de que la Filosofía asuma este papel liberador, desborda las pretensiones de este breve trabajo.
lunes, 30 de junio de 2008
Por las levadas de Madeira
La isla debe su nombre a la madera que poblaba el territorio en tiempos de su redescubrimiento por los viajeros portugueses del siglo XV. Hoy en día continúa siendo muy verde, sobre todo en su parte norte, de clima atlántico subtropical, donde todavía perviven grandes bosques de laurisilva como los que cubrían el sur de Europa hace miles de años y que también se hallan presentes en las Canarias que, junto a las Azores, son las islas hermanas de Madeira.
Si hace unos años era el destino estrella para las parejas de recién casados, hoy en día atrae principalmente a los amantes del trekking gracias a la densa red de caminos que atraviesan la isla, muchos de ellos trazados junto a las antiguas levadas, canalizaciones que se empezaron a construir hace siglos para distribuir el agua abundante del norte hacia las poblaciones y cultivos más secos del sur. En ocasiones se tuvo que horadar la roca cientos de metros para hacer pasar la levada, un aliciente más para recorrer estos canales. Eso sí, es aconsejable llevar una linterna para no meter el pie en el agua ni golpearse la cabeza con un saliente.
En la capital, Funchal, se respira un aire tranquilo. Sólo el mercado municipal, con la gran lonja de pescado que exhibe los enormes peces espada característicos de sus aguas, parece sustraerse de la calma reinante. Si queremos tener una vista amplia de la ciudad, no hay nada como subir hasta Monte, a 7 Km. ladera arriba, en el teleférico que sale desde el puerto. Allí existe un mirador privilegiado junto al Jardim do Palacio, un cuidado jardín botánico. Una manera divertida de regresar a la ciudad es hacerlo arrastrado por dos mozos vestidos de blanco en un carrito de madera, el carinho do cesto. Fue un medio de transporte usual hasta los años 80, aunque ahora sólo permanece como atracción turística.
Para los excursionistas no hay una ruta más espectacular que la que atraviesa los picos más elevados, Pico do Arieiro y Pico Ruvio, en el centro de la isla. El paisaje volcánico se entremezcla con la densa vegetación y en lo más alto un mar de nubes descansa bajo nuestros pies. Otro paisaje singular es el de Punta de Sao Lorenço, en el extremo Este. Allí la isla acaba, como si fuera una cola de lagartija, con una serie de islotes unidos, cada vez más estrechos, bordeados por acantilados de color rojizo. La falta de playas en la isla se compensa con creces gracias a las diversas piscinas naturales de agua marina. Las de Porto Moriz, en el noroeste, son las más emblemáticas, donde te puedes bañar tranquilamente protegido por un murete mientras oyes cómo rompen las olas justo al lado. Para quien quiera relajarse lejos de las zonas más frecuentadas, conviene acercarse a las pequeñas poblaciones de la costa del suroeste, como Paúl do Mar o Faja da Ovelha, situadas en la pendiente de una ladera, una terraza natural con vistas impresionantes al océano.
Para completar un buen día de caminatas y ensoñaciones el cuerpo pide su parte y no hay nada mejor que complacerlo con un plato típico, como el pez espada local con plátanos acompañado de un bolo do caco, un bollo de pan de maíz y ajo. Todo bien regado con una de las cuatro variedades de vino de Madeira, de más seco a más dulce. ¡Buen provecho!
Suscribirse a:
Entradas (Atom)