martes, 30 de diciembre de 2008

Sincronicidad



Ésta es una de las teorías más sugerentes para explicar toda una serie de fenómenos significativos para nosotros que el pensamiento racionalista y materialista imperante desprecia calificando de puras casualidades.

El origen de la teoría se debe al psicólogo C.G. Jung, fundador de la psicología analítica o arquetípica. La sincronicidad es la explicación que se da a la correlación temporal entre dos acontecimientos -uno subjetivo, interno, psicológico, en forma de imagen, idea o presentimiento, y otro objetivo, externo, físico- que vemos conectados a través de su significado. El ejemplo más común que muchos de nosotros hemos vivido es el de ir caminando distraídamente mientras vas pensando en alguien y de repente, a la vuelta de la esquina, te lo encuentras de cara. Tendemos a pensar que es pura casualidad pero también tendemos a decir que es casualidad todo aquello para lo cual no encontramos una explicación causal.

La sincronicidad nos permite explicar cosas mediante una alternativa a la causalidad y donde la mente tiene un protagonismo singular. Como dice Jung, para la mente el espacio y el tiempo son “elásticos”. Efectivamente, el espacio y el tiempo son categorías de las que nos hemos dotado para clasificar y ordenar las cosas, no son entidades absolutas sino propiedades aparentes de los cuerpos. Cuando la mente relativiza el espacio y el tiempo el principio de causalidad ya no nos sirve. La sincronicidad es fácil que ocurra durante experiencias acompañadas de sentimientos pues entonces desciende el control de la conciencia y el inconsciente aprovecha la oportunidad para ocupar el espacio vacío. Jung especula con una unidad primordial del mundo –el anima mundi- de la que el inconsciente sería un microcosmos. Conscientemente vemos cosas separadas porque no hay una causa que las una pero inconscientemente están unidas y el común significado es la prueba que nos llega de esta unión.

Esta teoría no es una excentricidad pues se ha relacionado con los postulados de la física cuántica y la relatividad. El principio de causalidad no sirve en estos casos. Como mucho podemos establecer probabilidades y formular leyes estadísticas pero en ningún caso somos capaces de predecir lo que le pasará a una partícula individual. La causalidad no funciona en situaciones singulares. Quizás lo que llamamos causa no sea más que una probabilidad estadística.

El creer en las sincronicidades y estar atentos a ellas en nuestra vida diaria nos puede ayudar a la hora de tomar decisiones. Por ejemplo, si queremos realizar un viaje y no sabemos adónde, un montón de “casualidades” irán definiendo nuestro destino. La sincronicidad es una de las vías que puede tomar nuestra psique profunda para comunicarse con nosotros –con nuestra conciencia- y sugerirnos un camino a seguir, camino en el que nos encontraremos más a gusto pues estará en resonancia con nuestros deseos más vívidos.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Las ficciones de Joan Fontcuberta



Resulta curioso que coincidan en tiempo y lugar dos exposiciones de fotografía que cuestionan reflexivamente el estatus de la propia fotografía como documento de la “realidad”. Junto con la del MACBA ya reseñada en este blog, comento aquí una retrospectiva del fotógrafo Joan Fontcuberta en el Palau de la Virreina de Barcelona (hasta el 8 de febrero), que nos muestra dieciocho de sus proyectos más emblemáticos.

El autor nos explica que la fotografía consta de tres elementos –el sujeto, el objeto y el medio- pero que, fiel a sus orígenes positivistas, siempre ha privilegiado al objeto, esa supuesta “realidad” de la cual el medio estaba dando fe “objetivamente”, sin que aparentemente hubiera un sujeto que selecciona, decide, encuadra. Fontcuberta pretende cuestionar y desmontar ese privilegio mediante la generación de ficciones documentales que son capaces de engañar hasta a un medio de comunicación como la televisión española Cuatro. Efectivamente, su maravilloso y divertido montaje del supuesto cosmonauta desaparecido de la historia por las autoridades soviéticas fue utilizado como fuente primaria por esta televisión para emitir la noticia como si fuera verdadera. Otros pseudoreportajes como el que nos muestra al autor travestido de talibán junto a Bin Laden o el del monasterio ruso donde se enseñan milagros, van en la misma línea, aquella que inauguraron los llamados “pensadores de la sospecha” –Freud, Marx, Nietzsche- y que trata de ponernos en guardia ante cualquier discurso, elaborado casi siempre desde el poder, que se nos presente como verdadero, objetivo o real. Recordemos, sin ir más lejos, todo el montaje de las armas de destrucción masiva de Irak, con filmaciones incluidas de lanzaderas móviles de misiles y plantas nucleares.

Al salir de la exposición me preguntaba por la razón de esta preocupación obsesiva que en Occidente tenemos por la búsqueda de la verdad y por la sospecha de enmascaramiento de lo que es real. Esta separación entre realidad y ficción quizás sea una fijación propia de nuestra cultura. Continuamente nos asombramos al descubrir una nueva ficción en lo que antes creíamos real. Pero, ¿existe algo real? ¿No es la realidad siempre una construcción cultural y, por ello, una ficción? Y me preguntaba también, justo en estos días de papanoeles y reyes magos, si nuestro afán por engañar a nuestros niños, y el engaño por ellos descubierto junto a su decepción por la caída del mundo mágico, no tendría parte de responsabilidad en esta obsesiva cuestión acerca de lo que es o no verdad. Enseñamos ya a nuestros pupilos desde la más tierna infancia que existen dos mundos, el viejo y mágico mundo de los sueños y la fantasía, y el nuevo y maduro mundo de la triste pero única realidad que hay. Mediante una ilusión después echada por tierra les enseñamos a desconfiar y a sospechar de las ficciones ilusionantes y a creer sólo en lo que los mayores -la autoridad del poder- nos dicen. ¿Pasa esto en otras culturas? ¿O es que sólo ocurre en la nuestra, cristiana y científica?


viernes, 19 de diciembre de 2008

Sin la informática el genoma no existiría

Los secuenciadores de ADN convierten materia en información
El genoma humano como construcción cultural: la influencia de las TIC

Hoy en día, unos años después de la secuenciación completa del genoma humano, la recurrencia a nuestros genes como causantes de cualquier enfermedad o patología, ya sea biológica o social, ya no extraña a nadie. Se habla del gen de la homosexualidad, de la agresividad, de la adicción, de los múltiples genes del cáncer o de la diabetes, sin que nadie cuestione ni la veracidad ni las consecuencias de este, sin embargo, particularísimo enfoque de lo que es la salud, el cuerpo y la enfermedad. Conviene recordar, pues, cómo hemos llegado hasta aquí y por qué, así como el entramado de agentes –médicos, medios de comunicación, políticos, empresas farmacéuticas e informáticas, universidades- que han participado en la construcción de esta nueva perspectiva de la biología para la cual el genoma humano es un prototipo humano. Debido a la extensión de la red de actores involucrados me limitaré en este artículo sólo a dar unas pinceladas sobre cómo la confluencia de las tecnologías de la información y la comunicación –TIC- con la biología ha dado origen al genoma humano como un objeto técnico y cultural, un híbrido entre naturaleza y sociedad, algo muy alejado de un supuesto “hecho objetivo”.


La biología ha pasado en unas décadas de ser una disciplina orientada al organismo a orientarse a los genes y las proteínas. En vez de ser humanos completos, nos ve ahora como una colección de pequeñas partes que nos determinan. No es una casualidad que este cambio haya corrido en paralelo al desarrollo cada vez más intrusivo de las TIC en la sociedad hasta configurar la tan nombrada “sociedad de la información”.

La biología ha conceptualizado una estructura molecular, el ADN, en términos de información para poder dar entrada a las TIC. Panel informativo en el museo de la Ciencia de BarcelonaEsto lo ha conseguido mediante la caracterización del ADN como una secuencia de bases nitrogenadas que pueden representarse mediante cuatro letras, A, C, T, G. El orden de la secuencia determina su futura traducción por la célula en una proteína determinada. El “Dogma Central” de la biología molecular nos dice que la información pasa del ADN al ARN, y de éste a la célula que fabricará la proteína. Debido a la gran cantidad de bases que forman el genoma (unos 3000 millones en el genoma humano), se necesitan técnicas de lectura que procesen toda esta información a una velocidad adecuada y la almacenen en dispositivos con suficiente memoria y fácil acceso. Las TIC reúnen estas dos características, velocidad de procesamiento y capacidad de almacenaje de información.

Paralelamente se han necesitado crear interfases capaces de extraer la información del medio material en el que está originalmente. Toda esta labor de traducción de materia a una gran cantidad de información se realiza en el interior de los secuenciadores de ADN. Las técnicas de secuenciación han ido mejorando a medida que avanzaba el Proyecto Genoma Humano, con lo que el tiempo de secuenciar un número determinado de bases ha ido disminuyendo a medida que se introducían las nuevas técnicas. Una innovación decisiva fue trocear el genoma en múltiples fragmentos aleatorios, secuenciarlos aisladamente y ordenarlos posteriormente por computador. Estas técnicas han necesitado, así, de complejos algoritmos de programación para poder comparar y ensamblar distintos fragmentos de genoma, y de una capacidad creciente de procesamiento de la información.

Con la investigación genética la biología se convierte cada vez más en una ciencia ingenieril que lee, transcribe, copia, monta y desmonta su materia prima, el genoma. Biólogos e informáticos trabajan y estudian juntos genómica, proteómica y biocomputación. El nacimiento de la bioinformática y su estabilización académica es tanto un síntoma como un factor transformador de las ciencias biológicas, ocupada cada vez más en los artefactos biotecnológicos.

Las TIC no sólo trasladan a la genética las herramientas computacionales y algorítmicas sino también los significados y las estructuras conceptuales. Mediante el uso de analogías entre ambas disciplinas se llega a hablar de un "programa" genético escrito en un "código" de cadenas de ADN descifrables en base a la secuenciación de las bases nitrogenadas -A, C, T, G- que forman el alfabeto del "lenguaje". El código puede ser descompuesto en unidades funcionales, los genes, que serían el equivalente de las "rutinas" de un programa informático. El programa genético puede tener fallos y entonces necesitará ser reparado mediante la sustitución del código erróneo por otro correcto, lo que se conoce como terapia génica.

La teoría de la información y la termodinámica estadística sirven de puente conceptual entre la biología y la informática al añadir a la materia y la energía una nueva entidad susceptible de ser intercambiada en procesos físicos complejos como la vida. La información es una variable que puede ser medida, cuantificada, registrada. Si las estructuras biológicas básicas pueden ser conceptualizadas de alguna forma como información, se abre la puerta de la biología a las técnicas informáticas. La concepción del gen como portador de información, según el “Dogma Central” de la biología molecular, es la llave que abre esta puerta.

Sin la informática no existiría el genoma humano. Las consecuencias de esta informatización de las estructuras biológicas son enormes. Para empezar, la enfermedad pasa a ser un “fallo del programa”. Esto traslada la responsabilidad a nuestro interior individual, ignorando los factores ambientales y sociales y, por tanto, estimulando la negligencia de las políticas de salud pública. Cada trozo de código que se salga del estándar será sospechoso de generar una nueva enfermedad hasta el punto de que se podrá estar “enfermo” sin presentar síntomas. No es ciencia ficción, ya hay cientos de mujeres americanas que se han extirpado un pecho preventivamente tras un análisis genético. Sin duda una discusión más pormenorizada de las consecuencias dan para otro artículo.

Aquí sólo he pretendido mostrar un ejemplo más de cómo las tecnologías imperantes determinan nuestra visión de la naturaleza y el mundo en cada momento.


jueves, 11 de diciembre de 2008

La fotografía como documento: ¿realidad o ficción?

Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona
Exposición “Archivo Universal” en el MACBA

La extensa exposición de fotografía que se exhibe actualmente y hasta el 6 de enero en este museo de Barcelona invita a la reflexión sobre el carácter de documento que ostenta la fotografía.


La fotografía como documento es tratada desde diferentes acontecimientos históricos –el movimiento obrero de principios del siglo XX, exposiciones de propagandaArcadi Shaikhet. El ejército rojo marchando sobre la nieve, 1928, el folklore Franco Pinna. Ciclo Coreutico de Maria. Nardò, Italia, 1959progresivo, la antropología de Margaret Mead- que cuestionan su carácter objetivo, su fiel reflejo de la “realidad”. Si bien en sus inicios permitió visualizar la emergente clase obrera surgida en los primeros años del siglo pasado, más adelante sirvió a los intereses del capitalismo liberal difuminando las diferencias sociales mediante la documentación de la familia prototípica universal, popular, consumista y aparentemente feliz. Su uso como medio de propaganda estatal en diferentes exposiciones universales contrasta con su cientificismo y anhelo de veracidad al mostrar otras formas de vida a través de la antropología visual.

A caballo entre el arte y el positivismo, los comisarios de la exposición pretenden interrogarnos acerca de su estatus sin posicionarse plenamente a un lado u otro de esta frontera. Lo que parece claro es que este medio documental ha servido para legitimar y recrear diferentes ideologías. El medio es en sí mismo neutro pero no así su mensaje, el contenido que nos transmite. La propia selección del objeto a fotografiar ya supone un filtro ideológico y político. La mirada del documentalista se posa en aquello que le interesa o para lo que ha sido contratado. No es una mirada inocente ni perpleja, aun cuando aparentemente sea desinteresada.
Humphrey Spender. Tran scene: Overheard conversation, ca. 1937
Por otra parte el documento fotográfico ha estado estrechamente vinculado con la historia: sin documento no hay historia, dijo Le Goff. Esta asociación da pie a otra pregunta importante que también nos plantea la exposición. El mundo actual en el que, mediante la digitalización, la fotografía se ha vuelto ubicua, inmaterial, promiscua y omnipresente, ¿anuncia de nuevo, desde otro campo, el fin de la historia? Mi opinión es que no, la historia continua, pero quizás, ya no va a documentarse como hasta ahora o, en cualquier caso, va a permitir múltiples criterios y medios de documentación.


martes, 9 de diciembre de 2008

El relativismo o el cuestionamiento de la verdad



Con este artículo inauguro una nueva sección del blog, Pensamientos, donde las crónicas realizan una incursión en el mundo de las ideas. La podría haber etiquetado también como “Mis teorías favoritas”. Son aquellas teorías, propias o ajenas, con las que más identificado me siento. Mediante las ideas ordenamos el mundo, le damos un sentido a los fenómenos o nos guiamos en nuestras acciones. No hay mundo exterior sin ideas, sin pensamientos, sin una mirada particular enfocada por los conceptos y la experiencia personal. Por eso una crónica no puede ser del todo objetiva. Si el autor no expone sus ideas, su visión del mundo, omite la mitad de su honestidad. Pero bien, la relación entre lo exterior y lo interior será ya materia de un pensamiento específico.


El relativismo afirma que no existen verdades absolutas. En este sentido se opone al dogmatismo. Está emparentado con el escepticismo, aquella corriente del pensamiento que, tras estudiar con cuidado las cosas, llega a la conclusión de que no se puede afirmar o negar nada concluyentemente. Pero el escepticismo lleva a la inacción, la ataraxia, la suspensión del juicio. El relativismo, en cambio, admite la validez de ciertas proposiciones o juicios, aunque siempre referidas a un esquema, estructura o conjunto de valores.


Se dice que el primer relativista fue el filósofo griego Protágoras, quien afirmó que “el hombre es la medida de todas las cosas”. En efecto, miramos al mundo siempre a través de un cristal, nuestro propio ser, condicionado biológica y culturalmente. El mundo no es el mismo para la hormiga, el león, el murciélago o el hombre. Tampoco lo es para un animista afrocubano, para un calvinista o para un científico racionalista. ¿Quién de todos ellos está más cerca de la verdad? Todos y ninguno. Todos están cerca de su verdad relativa y ninguno de la verdad absoluta.

Kant es considerado el último filósofo moderno porque, aun participando del anhelo por la búsqueda de la verdad, llegó a la conclusión de que ésta es imposible, no podemos acceder a una verdad objetiva -lo que él llamó la “cosa en sí” (nóumeno)-, sino sólo a los fenómenos, a lo que se nos aparece. El estudio de los fenómenos sería el campo de las ciencias y, por tanto, muy a su pesar, Kant anunciaba con esta incapacidad la muerte de la filosofía. Pero incluso los fenómenos, los “hechos”, no nos llegan desnudos sino, como bien vio Nietzsche, cargados de interpretaciones, de supuestos teóricos. Nuestra percepción no es neutral. Vemos en función de cómo hemos educado la mirada. “Verdad es lo que afirma el estilo de verdad que es verdad”, dice Feyerabend, y estilos de verdad pueden haber cientos. Es la misma idea de Tarsky de que la verdad sólo puede ser definida como “verdad en una estructura”. Podemos decir que algo es verdadero sólo si encaja en los criterios de verdad que hemos construido previamente, como en aquellos juegos de niños en los que se han de encajar diferentes figuras geométricas en sus moldes respectivos. Desde el campo de la ciencia también se ha llegado a una formulación parecida con el principio de Heisenberg que, generalizado, nos dice que el observador siempre influye en lo observado. Sin embargo la ciencia actúa con el “como si” kantiano, estudia los fenómenos como si fueran objetivos y los expresa en leyes que pretenden ser universales. La ciencia hace trampa porque parte de que todas sus teorías son hipotéticas pero las presenta como verdades absolutas que sólo un ignorante puede atreverse a desmentir. Pero una crítica de la ciencia supera la brevedad de este artículo.

Se acusa al relativismo de inmoral porque con el “todo vale” se puede llegar a negar el Holocausto o el cambio climático, por ejemplo, negar lo que nos incomoda y quedarnos sólo con las verdades que nos interesan. En primer lugar hay que distinguir entre el relativismo en el conocimiento y el relativismo ético. El primero no lleva al segundo, son dos planos distintos aunque interconectados. Lo que podemos conocer es muy diferente de lo que podemos o debemos hacer. En segundo lugar y como ya se ha dicho, el relativismo no niega las verdades relativas, relativas a una época y a una cultura. Los dioses griegos eran verdad en la Grecia antigua al igual que los quarks son verdad para la ciencia moderna. Esto no invalida el que quien quiera pensar como un griego crea en Apolo y Dionisio, aunque resulte anacrónico. Pero lo que sí ofrece el relativismo es una amplitud de miras para no prejuzgar creencias y pensamientos diferentes a los hegemónicos. Nuestra cultura occidental está muy determinada por la ciencia y la tecnología, por el cristianismo y por el materialismo. Si nos alejáramos un poco de estas macroestructuras limitantes se abriría un mundo de posibilidades mucho más rico y diverso. El relativismo es una buena vacuna contra el pensamiento único que nos anquilosa, ya sea científico, religioso o de otra índole, y contra cualquier bandera que quiera imponer su verdad y su visión sobre las demás.


lunes, 1 de diciembre de 2008

Bolonia: ¿estudias o trabajas?



Esta mañana me acerqué al edificio central de la Universidad de Barcelona, ocupado por decenas de estudiantes que exigen reabrir el debate sobre el “plan de Bolonia”, una directiva europea que pretende crear un espacio común europeo de estudios superiores. Había estado leyendo en la prensa diferentes opiniones sobre lo que pretenden unos y lo que reclaman otros y los argumentos eran tan confusos que he preferido sacar mis propias conclusiones, que aquí expongo.

A la entrada del edificio un joven del puesto de información de los ocupantes me informa sobre las reivindicaciones estudiantiles, que son tan simples y tan cargadas de sentido común como que se retire el expediente abierto a unos compañeros, que se debata pública y abiertamente sobre el proceso y que se realice un referéndum vinculante sobra la parada del proceso hasta que no se consensúe un acuerdo. En definitiva, más democracia y empezar desde cero con la participación de todos los afectados. ¿Algo que objetar?

Una vez dentro, cientos de carteles y pancartas cuelgan de las columnas del vestíbulo. Existe información oficial consultable, tal como los decretos ley del estado español y la declaración de Bolonia, y otros documentos con manifiestos de profesores en contra. Primera conclusión: los estudiantes están bien informados y saben de lo que hablan. Subo las escaleras hacia el primer piso y empiezan a asomar los primeros colchones improvisados. Una funcionaria, sentada en una mesa desangelada rodeada de sacos de dormir, busca mi complicidad –caray, por lo visto ya no tengo edad de estudiante- y me insinúa que está un poco hartita de la ocupación. Son más de las diez de la mañana y algunos cuerpos se desperezan con dificultad. Imagino una asamblea nocturna hasta bien entrada la noche. En un rincón una pareja sirve café con leche y pastas caseras. Al otro lado del patio central un grupo realiza ejercicios de yoga, mientras en los pasillos otro grupo confecciona nuevas pancartas. Segunda conclusión: la universidad me parece ahora llena de vida y la experiencia anidará en los participantes. Me doy un paseo hasta las facultades de Filosofía e Historia, en otro edificio del Raval, pero allí la actividad no muestra ningún signo de alteración. ¿Dónde ha quedado ese espíritu combativo de mi época de estudiante de filosofía, cuando ocupamos un edificio del Consejo de Universidades de la Generalitat acompañados del profesor López Petit, ilustre contestatario, para protestar por la marginación de la Filosofía en la enseñanza secundaria? En fin, regreso a casa y me dispongo a leer los documentos recopilados.

Tercera, cuarta y sucesivas conclusiones

Bolonia es una caja que se ha abierto por un motivo aparentemente loable –homologar títulos de distintas universidades europeas para facilitar la movilidad- pero que se ha aprovechado para colar otros muy distintos. Entre ellos están:

La creación de un nuevo mecanismo burocrático de aprobación o rechazo de titulaciones y de los créditos de las mismas. Es decir, se confecciona toda una nueva lista de titulaciones que irán sustituyendo a las anteriores. Se eliminarán las que no convengan, básicamente las que no tengan una salida clara en el mercado laboral. Además, mientras los grados son de tres años en la mayor parte de Europa, en nuestro país son de cuatro –curiosa homologación-.

Se busca la “empleabilidad” (real decreto 1125/2003) de los titulados en el diseño de los grados y masteres, mediante, por ejemplo, la introducción de “prácticas externas”, eufemismo de prácticas en empresas.

Los grados darán una formación muy general mientras en los masteres será más específica. Es decir, lo que antes cubría una licenciatura con precios públicos, ahora se cubrirá con grado y master, éstos últimos con precios mucho mayores. Para paliar este dispendio se pretende implantar el préstamo personal para financiar las matrículas. Por lo visto antes de hipotecarse conviene tener una primera experiencia deudora con los bancos.

Los créditos en los que se divide una titulación incluirán tanto horas lectivas como prácticas y trabajos personales fuera del centro. Se hace más difícil de esta forma compaginar trabajo y estudio.

En el caso concreto de las universidades catalanas los planes de estudio serán propuestos por el Consejo Social, un ente creado en cada universidad por una ley de la Generalitat como “órgano de participación de la sociedad en la universidad” en cuya composición, de quince miembros, sólo hay un representante de los estudiantes, mientras que nueve lo son del Gobierno catalán, Parlamento, empresas y sindicatos.

En definitiva, parece que el criterio seguido en todas las reformas, bajo el paraguas de Bolonia, es el que concibe la formación superior únicamente como formación para el trabajo. ¿Estudias o trabajas? Aquella pregunta retórica y ridícula que hace veinte años se utilizaba para aproximarse a la persona deseada se habrá vuelto definitivamente anacrónica: ¡Vaya pregunta, estudio para trabajar! Y todo ello se habrá fraguado a espaldas de los primeros interesados, los estudiantes, que han sido apartados del debate antes de que comenzase.

Malos tiempos para la lírica, malos tiempos para la crítica. Las humanidades al paredón. El trabajo os hará libres.