martes, 31 de marzo de 2009

El puente sobre el río Kwai



Crónicas tailandesas (VII)

Dejo atrás las regiones montañosas del norte, tras despedirme de los akha y de mis nuevos amigos cooperantes, y me dirijo al este, a Kanchanaburi, ciudad mediana, conocida entre los extranjeros por albergar el puente sobre el río Kwai que lanzó a la fama la película de David Lean.


En esta ciudad existen dos o tres museos sobre la construcción del “ferrocarril de la muerte” y un cementerio de la II Guerra Mundial. En la construcción del ferrocarril los japoneses utilizaron unos 60.000 prisioneros de guerra occidentales, sobre todo australianos e ingleses, y a unos 200.000 trabajadores asiáticos prácticamente esclavizados. Se ha calculado que durante la construcción murieron, debido a las condiciones higiénicas deplorables y al duro trabajo bajo un sol abrasador, unos 15.000 prisioneros y alrededor de 100.000 trabajadores, sobre los que pocas veces se hace referencia. Particularmente dura fue la excavación de un paso entre la roca, conocido con el nombre de “Hell Fire Pass” o paso del fuego infernal. Los japoneses necesitaban conectar Singapur, al sur de Malasia, con Birmania, en el norte, para asegurar el abastecimiento de sus tropas de cara a un posible ataque sobre la colonia inglesa de la India. Los ingleses habían calculado que el ferrocarril se tardaría en construir unos 5 años. Los japoneses lo consiguieron acabar en 16 meses gracias a esta sobreexplotada fuerza de trabajo extra.

Los museos destruyen algunos mitos creados por el novelista en el que se basa el film. Un ejemplo: los ingenieros japoneses estudiaron en Inglaterra y tenian gran experiencia en el trazado de ferrocarriles por una orografia complicada como la japonesa. Asi que no es cierto que tuvieran que intervener los ingenieros occidentales para llevar a cabo la obra.

El puente fue bombardeado por los aliados y reconstruido posteriormente. Tras la guerra se decidió eliminar el trazado de más de 200 kilómetros entre Birmania y Tailandia debido al alto coste de mantenimiento y porque ya no era tan necesaria esa vía de comunicación. Cogí el tren en Kanchanaburi y llegué hasta el final actual, en Namtak, todavía muy lejos de la frontera con Birmania. Desde allí me dirigí en autobús hasta el “Hell Fire Pass”.

Éste es posiblemente el último post desde tierras tailandesas. Mañana vuelvo a casa, home sweet home, o eso espero. Aquí en Bangkok vuelven a manifestarse los partidarios del expresidente depuesto Taksin, los de las camisetas rojas. Ayer tuve dificultades para volver a mi hostal porque los taxistas se negaban a cruzar el lugar de las manifestaciones. Tuve que hacer un largo rodeo en metro por toda la ciudad y coger otro taxi desde el sur.

Volveré a escribir sobre Tailandia pero ya desde casa. Tengo unos breves clips de video, curiosas fotos y alguna historia más que me gustaría compartir con vosotros. ¡ Hasta la vuelta !


jueves, 26 de marzo de 2009

De boda con los akha






Crónicas tailandesas (VI)




Un día antes de terminar la estancia en el campo de trabajo, Tipi, una trabajadora de la organización, nos invita a la boda de su hermano pequeño en el poblado donde reside su familia. Las bodas akha duran tres días con sus dos noches. Durante todo este tiempo los anfitriones ofrecen comida y bebida en abundancia a los numerosos invitados, entre los que nos encontrábamos en esta ocasión Iris, Amy y yo.


Nosotros asistimos al último día. Se llevaban sacrificados ya cinco cerdos. Llegamos a tiempo de ver cómo despiezaban el último, tarea asignada a los jóvenes adolescentes varones del pueblo. Lo cortan a trocitos a lo largo de una mesa con afilados cuchillos que envuelven la atmósfera de un cadente golpeteo.

Aquí les encanta beber la cerveza local en vasos cargados de cubitos de hielo. En ningún momento falta ni comida, ni bebida ni hielo. Cuando alguna de estas cosas parece empezar a escasear, tres o cuatro niños proveen de nuevo con repuestos en abundancia.

En un momento dado de la larga sobremesa, regada con cerveza sin descanso, me levanto a hacer unas fotografías y me detiene Li, un vecino que me invita a su mesa para charlar un rato. Me explica que le tuvieron que cortar la pierna por debajo de la rodilla porque le mordió una serpiente y se le complicó la herida. Al cabo de un rato se han unido a la mesLa madre de Li con  su nietoa Iris y Amy y entonces Li nos invita a su casa. Nos ofrece un pedazo de panal de rica miel, así, al natural, mientras nos explica otro de los problemas lacerantes de los akha. En el año 2004 el pueblo fue ocupado por más de 200 policías y soldados que buscaban droga. Casi todos los jóvenes varones se escondieron durante tres días en las montañas. Y es que los akha cultivan y consumen opio de forma tradicional desde hace cientos de años y parece ser que algunos también intentan sacarse un sobresueldo con su venta. Li nos enseña un capullo de opio mientras nos explica esto. También nos dice que andan desesperados porque el café que cultivan como alternativa al opio, el afamado Doi Chaang, no lo consiguen vender si no es a precios muy bajos. ¿Cómo no van a dedicarse a vender opio si el cultivo alternativo que las autoridades intentan promover no les da para vivir? Li se va cada año unos meses a trabajar a Phuket, famoso destino turístico de playa, para poder alimentar a su familia. Los akha tienen fama de ser traficantes de droga pero tras conversar con Li da la impresión de que lo único que intentan es sobrevivir en un mundo del que cada vez se sienten más excluidos. El marido de Tipi nos interrumpe y nos reclama. La cena está servida y tenemos que volver a la mesa.

A los novios ni los hemos visto. Mientras la gente se atiborra parece que en el piso de arriba se celebra alguna ceremonia reservada sólo a los más íntimos. Después de cenar correspondemos con algún dinero a la madre de la novia y regresamos a Chiang Rai.


miércoles, 25 de marzo de 2009

La educación de los akha a través de sus protagonistas





Crónicas tailandesas (V)

Os voy a presentar a otros amigos Akha que nos han acompañado estos días. A través de ellos comentaré alguna cosilla más sobre esta etnia tan peculiar.

Win fue casi “raptado” por misioneros baptistas a los 8 años y hasta los 15 estuvo estudiando en una escuela cristiana. Allí aprendió todo sobre la Biblia pero también olvidó casi todo sobre su cultura Akha inicial. Después paso un par de años como monje budista y finalmente contactó con la organización Afect y gracias a ello recuperó parte de su cultura inicial. Él dice con cierta sorna que es afortunado porque tiene tres religiones, cristiana, budista y akha, pero en realidad reniega de los misioneros cristianos porque, según él, pretenden erradicar toda creencia que no sea la suya. A él le ofrecieron estudiar en la universidad pero tenía que hacerse oficialmente cristiano. Win rechazó la oferta. Tuvimos con él una charla sobre educación. Por un lado, la educación formal de los Akha es positiva porque aprenden cosas nuevas, pero por otra parte es negativa porque pocos son los que vuelven a sus poblados a trabajar junto a sus familias, y por ello la cultura akha se puede acabar perdiendo. Sólo vuelven los jóvenes que no quieren seguir estudiando o aquellos a quien no les atrae ningún otro tipo de trabajo diferente al del campo. De ahí la importancia de la organización Afect pues por un lado ofrece educación, digamos estándar, a los jóvenes akha, y por otro enseña también la educación akha a propios y ajenos a esta cultura. Es una forma de continuar dentro pero saber al mismo tiempo que existe un afuera diferente, estimulante al mismo tiempo que peligroso. Una salida inteligente.

Tom es otro caso paradigmático de la modernidad akha. Si consigue aprobar un examen durante este curso, va a ser el primer médico akha reconocido oficialmente. Y todo ello, conseguido de la nada, como quien dice. Estuve charlando con Tom un buen rato sobre medicina. Por lo visto en la Universidad de Chiang Rai se puede estudiar una especie de medicina alternativa como complemento a la medicina occidental clásica. Así, según el caso, se emplea una u otra. Tom ha aprendido la medicina clásica occidental y también ha aprendido terapias médicas de raíz oriental, como acupuntura, masaje thai, uso de hierbas medicinales y otros remedios de su propia cultura akha.


En esta foto os presento a Pum junto a una amiga el día que nos invitaron a la boda akha. Pum ha sido nuestra querida cocinera durante muchos días. Nos ha deleitado con su buen humor y sus buenas artes culinarias. Pero de la boda quizás os hable en otro artículo. Hasta la próxima.


lunes, 23 de marzo de 2009

Los espíritus de los Akha



Crónicas tailandesas (IV)


El sábado pasado nos invitaron a una boda akha y el domingo estuve de viaje a Chiang Mai. Por ello no pude escribir en el blog hasta hoy. En otro artículo os contaré algo sobre la boda, ahora os voy a hablar de la “religión” akha.



Los akha creen en los espíritus. Hay espíritus de la naturaleza, espíritus de nuestros ancestros y espíritus para cada una de las partes de nuestro cuerpo. Cuando uno viaja al extranjero, por ejemplo, y se encuentra mal, el motivo hay que buscarlo en un espíritu interior que tiene miedo y su miedo repercute en el cuerpo. Existe el espíritu del ojo, de la mano o del hígado, y cada uno de ellos es el responsable de que los órganos funcionen bien o mal. Cuando una parte del cuerpo está enferma, es el espíritu de esa parte el que está enfermo. Los akha conocen el nombre de sus antepasados, hasta más de 70 generaciones anteriores, porque los padres lo transmiten a sus hijos. Cuando una persona está grave, acude al chamán del pueblo y éste conjura a los ancestros del enfermo nombrando toda la retahíla. En algún pueblo el chamán es una mujer, como en el que estuvimos la primera semana y que sale en esta foto.









En cada aldea akha existe una puerta simbólica, como la de la fotografía, que sólo se traspasa en alguna ceremonia importante. Esta puerta separa el mundo de los vivos y el de los espíritus, por una parte, y el mundo de los buenos y los malos espíritus, por otra. Las figuras sexuales junto a la puerta propician la fertilidad porque, según ellos, no saben cuándo es el momento adecuado para tener hijos. El resto de figurillas protegen la aldea.

Los akha tienen una ceremonia especial para la despedida de alguien que ha convivido con ellos. El oficiante coge un poco de comida, que suele ser de un pollo o un cerdo con arroz, la pone en la mano del que se va y éste la ha de tragar de una vez. Después le ofrece una copa de whisky y por último una de té, con efectos de limpieza. Se ha de beber todo de un trago. A continuación se pasa un cordel por la comida y se anuda en la muñeca (derecha en los hombres e izquierda en las mujeres) del despedido mientras se le desea una próspera y dichosa vida futura. Finalmente se rodea el cuello con un collar con semillas y una concha central donde reside el espíritu personal asociado al lugar que se abandona. Esto hará que el que se va recuerde el lugar que ha dejado mientras conserve el collar.

A los voluntarios también nos hicieron esta ceremonia el último día. Conservaré el collar junto con los recuerdos tan especiales de estos días que he pasado con los akha. Os seguiré hablando de ellos dentro de unos días. Ahora mismo espero un bus que me llevará hasta Chiang Mai, iniciando así otra etapa diferente de mi viaje.



jueves, 19 de marzo de 2009

Trabajo comunitario con los akha



Crónicas tailandesas (III)

Por lo que me cuentan mis compañeros, este campo de trabajo es bastante atípico. No existe un horario ni un plan de trabajo prefijado, así que se improvisa sobre la marcha y se priorizan las relaciones personales por encima de cualquier otra tarea. No obstante, para que no se diga, dejo constancia gráfica de diferentes actividades que hemos realizado ayudando a nuestros anfitriones, como cementar un suelo del centro de la organización, pelar tamarindos o cavar una terraza para su futuro cultivo por los akha.



A mitad de la primera semana del campo nos trasladamos a una pequeña aldea akha perdida en las montañas, al norte de Chiang Rai. Nos alojamos en casas particulares, en sencillas habitaciones de la típica casa akha, construcción de madera y bamboo levantada un metro por encima del suelo. Los akha son extremadamente hospitalarios. Atu nos dio el primer día una hoja con la traducción al akha y thai de algún vocabulario básico. UDUTAMA es la palabra clave, significa tanto hola, como adiós, buenos días o buenas noches. Durante estos días hemos compartido con los akha sus actividades cotidianas, como la pesca o las tareas agrícolas. Hemos reído con los niños, siempre tan felices. Hemos conversado con los jóvenes en un inglés rudimentario, hemos jugado un partidito de fútbol y hemos bebido con los mayores lo que ellos llaman “akha water”, un whisky local de arroz macerado durante unos días con unas plantas de la jungla que los akha valoran mucho.
Los akha son pobres según nuestros estándares materiales, pero muy ricos en filosofía de la vida, trato personal, experiencia vital, cultura y religión. Tienen problemas, como todo el mundo, pero muchos de ellos tienen su origen precisamente en el contacto con la cultura y religión occidental. Dejo para siguientes posts el detalle de esos asuntos. Eso sí, son amantes de la fiesta y las ceremonias, que tienen lugar bajo cualquier pretexto.



sábado, 14 de marzo de 2009

Compañeros de viaje en el norte de Tailandia



Crónicas tailandesas (II)

Os quiero presentar a los que han sido mis compañeros y compañeras de viaje en esta primera semana de voluntariado con la organización AFECT, auténtica dinamizadora de la cultura y bienestar de los Akha.


En la primera foto estamos sentados los cooperantes internacionales alrededor de una mesa servida con la exquisita comida Akha, incluidos huevos de hormigas, con la que nos obsequiaron en nuestra primera noche en Doi Sanjai, un pueblecito perdido en las montañas al norte de Chiang Rai. De izquierda a derecha:

Amy, nómada canadiense de 27 años, hija de granjeros y a la vez ministros de la Iglesia anabaptista. Viaja por el mundo trabajando como monitora de esquí o guía de escalada y trekking.

Louise, alemana de 18 años, de Dresden. Decidió realizar un viaje de dos meses por Vietnam y Tailandia antes de iniciar sus estudios universitarios.

Iris, entrañable abuelita finlandesa que cumple 69 años la próxima semana. Es una veterana voluntaria que lleva tres años pasando alrededor de dos o tres meses al año con los Akha. Conoce a todos y es nuestra principal informante.

Kevin, canadiense de Vancouver, de 24 años. Justo antes de venir dejó un trabajo que no le gustaba y acabó la relación con su novia. Quiere ser profesor de ciencias.

En la siguiente foto aparece la entusiasta Di Jong, surcoreana de 28 años. Se incorporó unos días más tarde por problemas con su vuelo. Se ha cogido un año sabático antes de pasar un examen que le permitirá dedicarse a enseñar inglés en escuelas.

Éste es Atu, el “alma mater” de la organización. Es su responsable y al mismo tiempo un trabajador más que es capaz de realizar las más variadas tareas. Todos en AFECT le tienen por un segundo padre. Sin duda es muy carismático y tiene el porte y la dignidad de un orgulloso defensor de los suyos.

Las dos adolescentes Akha son las simpáticas Amulé y Mae. Estudian en una escuela que la asociación ha abierto cerca de Chiang Rai y en sus vacaciones de verano, que empiezan ahora, trabajan en la organización.

Et es el personaje un tanto pícaro y guasón. Le gusta dormir y beber pero cuando se pone a trabajar no hay quien le siga.

El ambiente del grupo es de gran compañerismo y afecto. El plan de trabajo es bastante relajado e improvisado, pero en ocasiones duro. Unas cuantas ampollas en mi mano derecha dan fe de ello. Los Akha son muy hospitalarios y afectuosos y les encanta relacionarse con “farang” (extranjeros), sobre los que sienten gran curiosidad.

En siguientes posts os hablaré sobre los Akha, sus problemas y su cultura, y sobre lo que hemos hecho desde que estamos aquí.


viernes, 6 de marzo de 2009

Desde Khao San en Bangkok



Cronicas tailandesas (I)

Como todas las grandes capitales que se precien, Bangkok es muchas ciudades en una. Es la ciudad de los intrincados mercados callejeros que exhalan aromas especiados pero también la de los pulcros y espaciosos centros comerciales. Es la ciudad de los "wats" o templos budistas y la ciudad del alterne nocturno y los "night clubs". La ciudad es atravesada por un gran río y varios canales pero también por el cemento de las anchas vías de comunicación y de la estructura que sostiene el "Skytrain", un sistema de metro exterior, elevado unos metros por encima de la calzada. Pero si hay algo que lo impregna todo, que unifica las diversas ciudades en una, es el ruido del tráfico infernal y el calor pegajoso.

La ciudad de los mercados es la más visible y extensa. Quien más quien menos se dedica al comercio y monta su tenderete, aunque se expongan sólo cuatro talismanes. Hace poco leí una crónica de una periodista sudamericana que decía que en tiempos de crisis allí las familias se lían la manta a la cabeza y la despliegan en un trozo de calle para vender cualquier cosa, mientras que en Occidente esto es impensable porque todo está muy regulado y no existe esta cultura de la improvisación. La Bangkok de los mercados es como si viviera una crisis permanente a la que sus habitantes se hubieran adaptado y la hubieran convertido en su forma de vida. Paseando por la Chinatown de esta ciudad, un verdadero enjambre de calles estrechitas ocupadas por los puestos del mercado, uno se da cuenta de lo poco que uno debe necesitar para vivir aquí.

Una de las zonas de mercado más interesante es la de la calle Khao San y aledaños. Además es como un imán para el guiri de bajo presupuesto. No pretendía hospedarme en esta famosa calle pero desde que uno abandona la terminal del aeropuerto, todo le conduce a este lugar. Si todas las ciudades que se precien de ser mínimamente internacionales tienen su "China town", digamos que la calle Khao San es la "Guiri town" de Bangkok. Decenas de pensiones o "guesthouse" de bajísimo precio se atiborran en unos cientos de metros. Alrededor de ellas se ha instaurado un mercadillo de todo a cien en el que puedes encontrar cualquier cosa o servicio, desde un crepe de plátano con huevo y chocolate (¡ delicioso !) hasta un masaje thai o un corte de pelo a dos o tres euros, pasando por la confección de un carnet de conducción internacional, de estudiante o de lo que quieras, falso, por supuesto.

Una de las ventajas de hospedarse en Khao San es que impera el buen rollito y se hacen amigos con facilidad. Durante la cena de ayer (arroz frito al curry verde con pescado y una cerveza de medio litro, dos euritos al cambio) conocí a Erik, suizo, y a Josef, germano, viajeros solitarios como yo que en seguida me dieron conversación. Ambos llevaban unos cuatro meses viajando por el sudeste asiático. Me explicaron sus aventuras pero estaban ya cansados y querían regresar. Yo he pasado cuatro días en Bangkok y creo que les comprendo. Hace mucho calor y caminar unos metros se hace duro. Tanto Erik como Josef mencionaron en sus conversaciones el anhelo del frescor primaveral de centroeuropa. Tengo la esperanza de encontrar un tiempo más fresquito en el norte.