miércoles, 5 de diciembre de 2012

El peso del tiempo - Ancestros

En un poblado de la etnia akha del norte de Tailandia las mujeres bailan y cantan alrededor del fuego invocando a los ancestros. Los yayos -abuelos paternos catalanes- y los papitos -abuelos maternos castellanos- acuden a la llamada, con la madre y la bisabuela. La sinfonía Patética de Tchaikovsky expresa el trasfondo de esta "lucha" eterna entre la existencia y la contingencia, entre lo que es y lo que deja de ser, entre los vivos y los muertos. Todo pesa, los recuerdos pesan, pero sobre todo nos pesan los seres amados que nos han dejado. Sus espíritus reviven ahora en la pantalla aligerando, eso espero, este tiempo que tanto pesa.
ancestros from Onisosino de Llauder on Vimeo.

martes, 13 de noviembre de 2012

El peso del tiempo - pater familias

El pater familias ha sido feliz durante su vida y no ha renunciado a todos sus placeres. Optimista, seductor, handsome sabiéndose handsome, fuerte y grande, familiar cuando sus viajes y escapadas le dejaban tiempo. El pater familias rememora ahora, desde sus 79 años, ese pasado. Pero su presente de dolores musculares y desafectos incomprensibles ensombrece sus recuerdos. Un nuevo episodio de la eterna lucha entre la existencia y la contingencia.


pater familias

miércoles, 10 de octubre de 2012

El peso del tiempo - mater amantíssima

La madre amorosa cuida de sus hijos con un amor incondicional. Les alimenta, les guía en sus primeros pasos, les acompaña en su aprendizaje. Ella es coqueta ante la cámara porque es guapa, lo sabe y está enamorada. Cuando los hijos ya se han independizado y, quizás por esta razón, porque la madre ya perdió su razón de ser, un acontecimiento trágico trunca su vida. Cinco largos años de enfermedad y penuria física y mental para acabar en una muerte nunca asimilada hasta el final. Superada la aflicción, sobrevive el recuerdo, el de los buenos momentos, el del amor generoso.
Mater Amantissima from Onisosino de Llauder on Vimeo.

martes, 10 de enero de 2012

La reconquista del mundo – Introducción



Elementos para una antropología del turismo



Capturamos una imagen de algo insólito, exótico o inesperado. Somos cazadores de piezas únicas. Nos fotografiamos a nosotros mismos o a nuestros amigos y familiares junto al monumento tantas veces reproducido en folletos y revistas, posando con bailarines, payasos, tramoyistas o soldados, con un fondo de paisaje idílico, una playa virgen, un valle nevado, un desierto inabarcable. “Yo estuve allí”. Reconquistamos el mundo.

Anhelamos vivificar nuestra memoria, enriquecerla con elementos inusuales. Pero también queremos testimoniar nuestro paso por los lugares comunes. ¿Qué nos impulsa a tomar una fotografía? ¿Por qué nos interesa reproducir una segunda vez lo que ya reproducimos y reconstruimos con nuestra mirada propia? ¿O es este instante del disparo el “instante decisivo” de nuestras vidas, en cuanto volcamos en él lo que vemos y cómo vemos, en definitiva, lo que somos?

Desparramamos nuestros cuerpos al sol, los acariciamos con una brisa marina, los agotamos subiendo mil escalones para llegar a la cima de un monumento, para ver un nuevo paisaje, para tener otra perspectiva, o para repetir y testimoniar, de nuevo, “yo estuve allí”. Intentamos atrapar entre nuestras manos al sol en su ocaso, sostener la torre Pisa, pellizcar a la Sagrada Familia desde el Parque Güell de Barcelona. Quizás nuestra existencia anodina se eleve un poco mostrándonos como conquistadores. Quizás nuestros cuerpos vibren un poco, o respiren mejor, cuando los despojamos de la cotidianidad.

Esperamos pacientemente horas y horas para pagar un precio exorbitado por una entrada a un espacio emblemático, aunque sin el encanto que concibió nuestra imaginación porque ahora está repleto de otros seres como nosotros. Pero obtenemos nuestra recompensa, nos hacemos la foto, “yo estuve allí” y aquí lo atestiguo. Soy un ciudadano de nuestro mundo, conozco y he visto lo que se ha de conocer y ver. He clavado otra bandera en el álbum que es mi reconquista personal del mundo. Un mundo idílico, donde no existe lo feo, donde no hay nada sucio, un mundo de luz y de color.