Elementos para una antropología del
turismo
Capturamos una imagen de algo insólito,
exótico o inesperado. Somos cazadores de piezas únicas. Nos fotografiamos a
nosotros mismos o a nuestros amigos y familiares junto al monumento tantas
veces reproducido en folletos y revistas, posando con bailarines, payasos,
tramoyistas o soldados, con un fondo de paisaje idílico, una playa virgen, un
valle nevado, un desierto inabarcable. “Yo estuve allí”. Reconquistamos el
mundo.
Anhelamos vivificar nuestra memoria,
enriquecerla con elementos inusuales. Pero también queremos testimoniar nuestro
paso por los lugares comunes. ¿Qué nos impulsa a tomar una fotografía? ¿Por qué
nos interesa reproducir una segunda vez lo que ya reproducimos y reconstruimos
con nuestra mirada propia? ¿O es este instante del disparo el “instante
decisivo” de nuestras vidas, en cuanto volcamos en él lo que vemos y cómo
vemos, en definitiva, lo que somos?
Desparramamos nuestros cuerpos al sol,
los acariciamos con una brisa marina, los agotamos subiendo mil escalones para
llegar a la cima de un monumento, para ver un nuevo paisaje, para tener otra
perspectiva, o para repetir y testimoniar, de nuevo, “yo estuve allí”.
Intentamos atrapar entre nuestras manos al sol en su ocaso, sostener la torre
Pisa, pellizcar a la Sagrada Familia desde el Parque Güell de Barcelona. Quizás
nuestra existencia anodina se eleve un poco mostrándonos como conquistadores.
Quizás nuestros cuerpos vibren un poco, o respiren mejor, cuando los despojamos
de la cotidianidad.
Esperamos pacientemente horas y horas
para pagar un precio exorbitado por una entrada a un espacio emblemático,
aunque sin el encanto que concibió nuestra imaginación porque ahora está
repleto de otros seres como nosotros. Pero obtenemos nuestra recompensa, nos
hacemos la foto, “yo estuve allí” y aquí lo atestiguo. Soy un ciudadano de
nuestro mundo, conozco y he visto lo que se ha de conocer y ver. He clavado
otra bandera en el álbum que es mi reconquista personal del mundo. Un mundo
idílico, donde no existe lo feo, donde no hay nada sucio, un mundo de luz y de
color.