sábado, 22 de noviembre de 2008

Una torre tocada por el rayo



Dicen los expertos del Tarot que la carta de la torre simboliza la destrucción de un mundo propio que creamos para protegernos de la incertidumbre, ilusión que acaba funcionando como una prisión. Su caída nos deja momentáneamente desconcertados, en el aire, sin referentes a los que asirnos. Pero tras el golpe contra el suelo uno levanta la vista y se encuentra ante un amplio horizonte que nos invita a caminar por inescrutables rutas. Un universo nuevo de posibilidades se abre ante nuestros pies. Este año que vamos a terminar tiene toda la pinta de ser el año de la torre herida, tanto colectiva como personalmente.

El pensamiento único que ha imperado en los últimos tiempos nos ha hecho creer que la construcción capitalista de la sociedad era la más adecuada para defendernos de lo que pasaba ahí fuera. Con la anónima ayuda de la “mano invisible” y siguiendo el modelo de un supuesto “libre mercado” se ha erigido una torre cada vez más alta, global y omnipresente. En sus últimos pisos fijaron su residencia los gurús de la economía, con su consorte de políticos afines y financieros imaginativos, que exclamaban a voz en grito “ahora por fin seremos libres” mientras en el exterior el silencio del desierto circular se hacía cada vez más patente.

En lo que a mí respecta, la tan ansiada seguridad de un trabajo fijo y bien remunerado me mantuvo durante veinte largos años encerrado en una torre de cristal negro, esta vez física y real, bajo la tutela de una entidad que ha formado parte en nuestro país del selecto grupo de arquitectos locales del capitalismo financiero. Pero para mí esta torre personal ya cayó. Lo hizo tras una breve entrevista con el departamento de recursos humanos –bonito nombre- a principios del verano. Tuve la suerte o la oportunidad de caer con paracaídas, porque fue mi elección. Pero el rayo lo vi y golpeó con fuerza y sentí el vértigo por unos instantes. Ahora lo vivo como una liberación. Mis pasiones -la escritura y el viaje- son mis nuevas guías.

No sé lo que nos deparará el futuro pero, como fruta madura, dejemos que caiga lo que ha de caer.

domingo, 16 de noviembre de 2008

VIVIR – Una joya muy actual del cine de Kurosawa



Esta producción de 1952, con sus críticas a la burocracia institucional, a la política como marketing electoral, a las corruptelas, al trabajo alienante y al trato despreciativo que la administración pública da al ciudadano, tratado todo con una sutil ironía, constata la pérdida de algo primordial en el cine si lo comparamos con el que llega hoy a nuestras pantallas. Pero si a esta crítica social al poder le añadimos la pregunta por el sentido de lo que hacemos, el valor de nuestra dedicación profesional, nuestra capacidad no ya para ser felices sino tan solo para estar mínimamente satisfechos, la película adquiere una profundidad que nos toca de lleno. Entra así en la categoría de obra maestra, una especie en extinción.

El señor Watanabe es el responsable de la “Sección del ciudadano” del ayuntamiento de Tokio, un departamento donde teóricamente se canalizan las peticiones ciudadanas de mejora pero donde en la práctica éstas se pierden en la maraña de la administración cuando se derivan de una sección a otra ante la desidia de los funcionarios. Kurosawa ironiza con el caso de una petición para construir un parque público en un lugar maloliente. Tras pasar por diez o doce secciones diferentes, se completa el círculo y la petición vuelve a la sección del ciudadano, donde se archiva sin darle más importancia. Pero un día el señor Watanabe, viudo, que lleva 30 años trabajando en la misma oficina inmerso en una rutina sin alicientes, descubre que padece una enfermedad terminal. Aquí aflora otra de las críticas del director japonés, esta vez contra el estamento médico que, lejos de confrontar directamente el grave problema con el paciente, minimiza la enfermedad sin darle importancia. Afortunadamente un código compartido entre los enfermos le hace percatarse del pronóstico correcto: le quedan seis meses escasos de vida.

A partir de ahora el señor Watanabe penetra en el círculo fatal de la pregunta por el sentido de la propia vida. Dicen que la muerte es el espejo más fiel ante el que nos sentimos obligados a mirar y enfrentarnos a nosotros mismos, a lo que hemos hecho y lo que hemos dejado de hacer, a lo que todavía podríamos hacer. Ante la muerte de un amigo, un familiar, o la posibilidad de la nuestra, no hay excusas ni subterfugios. No hay tiempo de demora, el plazo nos vence a cada uno inexorablemente y nada puede dejarse para mañana. El funcionario jefe está abatido por su pasado anodino y ahora buscará con desesperación VIVIR lo que le queda de vida. ¿Pero qué significa “vivir” con mayúsculas? Las primeras respuestas las buscará, arrastrado por un escritor bohemio que conoce en un bar, en lo más inmediato, los placeres instantáneos del cuerpo: la bebida, la comida, el sexo.

Tras una noche loca por los garitos de Tokio llega cansado a su casa, donde convive con su hijo y su nuera, que sólo piensan en aprovecharse del dinero ahorrado por el padre. La melancolía se vuelve a apoderar de él, no ha encontrado la respuesta que buscaba. En su casa le espera una antigua empleada que necesita un sello de su jefe en un papel para dejar el trabajo. Dice que lleva un año y medio y se aburre. Este personaje y su actitud ante la vida le conducirá por otro camino. ¿Cómo es que ella quiere cambiar tras un lapso tan corto de tiempo cuando él ha aguantado tanto sin rechistar? Él ha tenido que sacrificarse, dice, para darle seguridad económica a su hijo, quien encima no se lo agradece. La chica, alegre y jovial, le hace ver que su hijo no le ha pedido ningún sacrificio, que la razón que aduce no es cierta, que su decisión le atañe sólo a él. ¿Cuántas veces no realizamos nosotros estos falsos sacrificios poniendo como excusa a un tercero? Dejamos quemar nuestras vidas por el mito de la seguridad, la nuestra o la de nuestros allegados, pero este mito nos impide vivir más plenamente, dirigirnos por el camino que nos indica el corazón y no la razón planificadora, que no es más que un miedo, disfrazado, ante la incertidumbre. El señor Watanabe de momento sólo sabe que se siente bien al lado de la joven y no quiere separarse de ella. La exempleada ha encontrado un nuevo trabajo en un taller de juguetes. Comienza a estar un poco harta de la compañía de un viejo sin ilusiones pero entonces, en lo que será su último encuentro, le da la clave al funcionario para orientar lo que le queda de vida. Ella está feliz porque sabe que con los juguetes que fabrica muchos niños estarán contentos. Un rayo de luz atraviesa entonces el semblante del señor Watanabe. Al día siguiente se reincorpora a su puesto de trabajo, al que había faltado ya durante dos semanas.

A partir de este momento el resto del film nos muestra una larga escena del velatorio del pobre hombre donde sus compañeros y familia rememoran su reciente pasado. Desde que volvió al trabajo el funcionario jefe se empeñó en llevar a la práctica la última petición ciudadana que había quedado sobre su mesa, la construcción del parque. Pasando por encima de todos los obstáculos burocráticos, corruptelas y desidia incluidos, visitando personalmente todas las secciones implicadas, hasta al teniente de alcalde, haciendo seguimiento de las obras, en fin, implicándose en cuerpo y alma, consigue tras cinco meses que se inaugure el parque con gran regocijo de sus impulsoras iniciales. La última noche de su vida la pasa columpiándose alegremente bajo la nieve en las nuevas instalaciones. Ésta es la imagen del cartel de la película que se muestra en este artículo. La ironía de Kurosawa nos deleita al final con otro regalo: los compañeros del muerto habían decidido emular a su antiguo jefe implicándose cada uno en resolver las peticiones que llegaran; pero al día siguiente, ante la primera de ellas, la desidia y la falta de compromiso y apoyo del nuevo responsable, vuelve a vencer la partida. Es muy gráfica la imagen de uno de los funcionarios escondiendo la cabeza tras una pila de expedientes desordenados sobre su mesa. El señor Watanabe encontró finalmente el sentido de esas eternas horas de su vida que dedicaba a ganarse el sustento. Pero ¿encontraremos nosotros el nuestro?


martes, 11 de noviembre de 2008

Historia de una foto: subida a una duna del Erg Chebbi en Marruecos

Foto galardonada con el X premio de la Secretaria de Joventut de la Generalitat de Catalunya

La noche anterior habíamos dormido en la terraza de un pequeño hostal a unos kilómetros de Merzouga, al sureste de Marruecos. El establecimiento estaba aislado de cualquier otro signo aparente de civilización, al final de una pista que discurría, como el rastro de un tiralíneas forjado por una mano divina, a lo largo de una hamada interminable. El desierto es frío de noche, incluso en el más tórrido de los veranos, pero la visión del manto estrellado que nos cubría compensaba con creces la sensación de desamparo.

El silencio y las estrellas, las estrellas y el silencio, atributos de una noche que induce a experimentar en la propia piel aquello que los primeros antropólogos describieron como “participación mística” al referirse al estado emocional que provocan determinados rituales ancestrales. Uno se siente formar parte de una unidad con el todo que está más allá de lo humano, demasiado humano.

A la mañana siguiente nos levantamos bien temprano, con la primera claridad del día, y nos dirigimos hacia una de las dunas más altas del Erg Chebbi. Queríamos alzarnos sobre ese mar anaranjado para contemplarlo hasta donde abarcara la vista. Mientras decidíamos qué camino tomar aparecieron de la nada dos, cinco, catorce y al final una veintena de chiquillos sonrientes que gesticulaban y nos hablaban en una lengua extraña. Señalaban nuestros pies y nos tiraban del brazo o de la mano con insistencia. Nos dejamos llevar. Ya habíamos aprendido que por esos lares la amabilidad y la hospitalidad están por encima de las posibles recompensas.

A medida que íbamos subiendo nuestras piernas se hacían más pesadas. Entonces nos descalzamos y entendimos lo que nuestros pequeños guías nos habían intentado transmitir al principio. El pie se hundía pero ofrecía menos resistencia. La arena estaba todavía fresca. Enfilamos la subida a la duna por una de sus aristas, otro de los trucos que nos enseñaron los experimentados chavales. A medio camino empezó a soplar el viento, al principio suavemente, después embravecido. Una nube de polvo nublaba la vista y cada vez era más difícil avanzar. Unos cuantos abandonaron y sólo dos o tres continuamos, arrastrados por la fuerza cada vez mayor de nuestros acompañantes. Finalmente llegué a la cima. Al otro lado el mar de dunas era inmenso y traspasaba la frontera argelina. Fue justo entonces cuando me giré para ver quién me seguía y la imagen velada que me llegó activó algún recóndito mecanismo que me hizo desenfundar mi pequeña compacta y disparar casi instantáneamente, sin tiempo a pensar ni en encuadres, ni en diafragmas, ni en velocidad alguna. Era el año 1992, cuando todavía no existían ni la fotografía digital ni el Photoshop. La imagen está tal cual la tomé, salida sin más artificios del revelado químico. Mi cámara se paró allí, no quiso continuar, como si hubiera dicho “basta, hasta aquí he llegado y me doy por satisfecha”. La arena que le entró en ese momento fue suficiente para frenar el avance del carrete. Tuve que tirarla al volver a casa pero la alegría que me dio con su última foto compensó la pérdida.

Desde aquí quiero, a través de esta imagen, rendir un homenaje a aquellos risueños compañeros y guías de nuestra subida a la duna. Sin poseer nada no nos pidieron nada. Es uno de los mejores regalos que he recibido nunca durante un viaje.


domingo, 9 de noviembre de 2008

O Pelouro: otra educación es posible

En una época como la nuestra en la que el fracaso escolar campa a sus anchas por las aulas de nuestros institutos de educación, la experiencia de la escuela de innovación psicopedagógica “O Pelouro” se convierte en una isla de esperanza, aunque por desgracia demasiado alejada del horizonte educativo con el que nuestras instituciones políticas nos han dotado. Enclavada en una pequeña aldea rural del sur de Galicia, Caldelas de Tui, lindante con las apacibles aguas del río Miño , rodeada de robledales y castaños, la escuela fue fundada en el año 1973 por la psicopedagoga Teresa Ubeiga y río Miño a su paso por Caldelas de Tuiel neuropsiquiatra infantil Juan Rodríguez de Llauder, a partir de un viejo hotel restaurado . Actualmente conviven en ella más de un centenar de niños y niñas de primaria y secundaria, muchos de ellos como internos, con diferentes grados de “diferencias” psicocognitivas. Y es que el lenguaje es importante en O Pelouro porque si a la psicosis, la esquizofrenia, el autismo, la hiperactividad o el síndrome de Down les llamamos “diferencias”, los niños que estudian en O Pelouro dejan de ser discapacitados, disminuidos, minusválidos o subnormales para pasar a ser, simplemente, diferentes. De esta manera se eliminan las etiquetas limitantes y con estos presupuestos filosofícos es como educa todo el personal de O Pelouro, desde los profesores y ayudantes hasta los directores del centro.patio de la escuela Luis, el profesor de ciencias naturales, con más de 20 años de experiencia docente en escuelas privadas “normales” y ahora ya cuatro años en O Pelouro, me explica que en sus clases él sabe que sólo le van a seguir al cien por cien una minoría de alumnos, pero que luego éstos van a ayudar al resto a asimilar los contenidos impartidos. De esta manera todos ganan: los que llegan, porque al explicar lo aprendido refuerzan sus conocimientos, y los que no llegan, porque reciben en un lenguaje más próximo las enseñanzas. Los éxitos les avalan, prácticamente no hay fracaso escolar y en los estudios postobligatorios los estudiantes demuestran que están muy bien preparados. Respecto a los chavales con algún “problema psíquico” los resultados han sido tan satisfactorios que varios especialistas europeos han pasado por la escuela para estudiar el método psicopedagógico. Durante mi visita me encontré con el caso de un adolescente que entró dos años atrás con una psicosis muy intensa. En un año había mejorado tanto que quería cambiar de escuela porque ya se consideraba “curado”. Asamblea matinal Asamblea matinal El día comienza en O Pelouro después del almuerzo con una asamblea donde se reúne el colegio entero, alumnos de todas las edades, profesores y directores. Allí se deciden las actividades que van a desarrollar atendiendo al interés y al estímulo de los alumnos. Y allí también, en público, se resuelven los conflictos intentando llegar al fondo de la cuestión en cada caso. Con frecuencia se realizan monográficos centrados en un asunto concreto que cada estudiante va a tener que desarrollar desde ópticas diferentes mediante los múltiples recursos de que dispone la escuela, incluido un huerto que los alumnos mantienen. La idea subyacente es dar siempre una visión amplia e interdisciplinar de los temas a tratar, estimular el interés y las iniciativas y promover las relaciones entre todos y el trabajo en equipo. También se da mucha importancia a las cuestiones emocionales, tan intensas en estas etapas de la vida, amplificándolas cuando es necesario mediante psicodramas, y dándoles vías de expresión mediante actividades plásticas, teatro, música y psicodanza. Qué alejado resulta todo esto de las políticas educativas de las escuelas “normales”, donde cada vez más se imponen la segregación y segmentación de los alumnos por niveles o capacidades y donde las emociones y conflictos se intentan esconder, minimizar o reprimir, en cualquier caso, desatender. Sólo podemos desear larga vida a este tipo de escuelas y que las instituciones se tomen en serio la educación de nuestros menores aprendiendo de y apoyando experiencias como la de O Pelouro.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Una viaje de naturaleza alrededor de Islandia


Con una extensión similar a la de Gran Bretaña y una población de unos 300.000 habitantes, la mitad de ellos en Reykjavik y alrededores, esta isla ofrece la mejor oportunidad en Europa para contemplar paisajes salvajes donde la civilización todavía no ha dejado su impronta. Volcanes, fumarolas, glaciares, las mayores cascadas de Europa y acantilados de vértigo son la expresión de una naturaleza extrema que ha modelado la isla mediante la combinación de agua y fuego. Su ubicación próxima al círculo polar ártico le dota de unos largos días de verano y de una masa de hielo perpetuo que hacen feliz al naturalista más hiperactivo. La isla se puede recorrer de forma segura en coche a través de la Ring Road, una carretera que da la vuelta a la isla cerca de la costa y que sólo en algunos tramos está sin pavimentar.



El círculo de oro

Pingvellir
Cerca de la capital se encuentra una de las rutas más impresionantes y visitadas del país, el llamado “círculo de oro”. El parque natural de Pingvellir es una extensión de pequeños árboles junto a un gran lago. Alberga una falla que separa las placas tectónicas de América y Europa. En este parque, junto a la falla, que servía de amplificador de voz, se constituyó el primer parlamento de Europa, el Alping, en el año 930 de nuestra era. Allí los vikingos, primeros colonizadores del territorio, sentaban las bases de su comercio interior, resolvían disputas y promulgaban las normas que debían organizar su incipiente sociedad. Cerca de allí se encuentra GullfossGullfoss, una doble cascada de 32 metros que en días soleados polariza la luz en hermosos arco iris. A pocos kilómetros llegamos a Geysir,Geysir una zona donde la actividad del interior terrestre expulsa masas de agua subterránea mezcladas con humo sulfuroso dando lugar al fenómeno que ha tomado su nombre de este lugar.

La costa del sur

A medida que nos alejamos de Reykjavik hacia el sur se empieza a percibir la baja densidad poblacional del resto de la isla. Los pueblos marcados en el mapa son en realidad comunidades de una docena de casas y las carreteras se convierten en largas pistas de asfalto o grava con muy poco tráfico. La costa sur está dominada por el grandioso glaciar Vatnajökul que vierten las montañas más altas del país, de alrededor de 1800 metros, y cuyas innumerables lenguas asoman casi hasta el mar. La primera de las grandes cascadas del sur, Skógarfoss, la encontramos cerca de Vik. SkógarfossLa magnitud de sus 62 metros de altura se aprecia si nos atrevemos a humedecernos con el vapor que se forma cerca de su base. También es posible subir por un camino escalonado hasta la cima y contemplarla desde arriba. En Vik, pequeño pueblo costero con una playa de arena negra, podemos admirar los acantilados donde anidan pájaros que sólo se ven por estas latitudes, como los puffins y las golondrinas árticas.Vik Si subimos arriba podremos contemplar mejor la extraña silueta de unas rocas separadas de la orilla que, cuenta la leyenda, formaban las velas y el casco de una antigua barcaza vikinga, ahora petrificada. La mayor atracción de esta costa es sin duda el parque natural de Skaftafells, cuyo centro de información se encuentra al pie de tres glaciares. Aquí se puede contratarSkaftafellsjökul una excursión a pie por el glaciar SvinafellsjökulSvínafellsjökul, de dos o cinco horas, con el equipo completo de crampones, pico, arneses y casco. Admiraremos así las graciosas formas del hielo, con sus grietas y cavidades deJökulsárlón tono azulado, en medio de un silencio sólo roto por el crujir de los pasos. Dejando atrás ya la gran masa de hielo la carretera pasa por Jökulsárlón, la laguna glacial, un lago junto al mar, formado por la fusión del hielo, donde navegan a la deriva pequeños icebergs. Pronto entramos ya en la enrevesada costa Este, con los fiordos que entran varios kilómetros tierra adentro. Tras visitar los primeros pueblos pesqueros, nos dirigimos hacia el norte de la isla pasando por la zona del lago Myvatn.


El norte de la isla

Las principales bellezas naturales de esta parte se encuentran alrededor del lago Myvatn. Se traDettifossta de una zona de gran actividad de la corteza terrestre donde es frecuente encontrar fumarolas, como las de Krafla. El fuerte olor a sulfuro y el sonido del lodo en ebullición podría inspirar la descripción de un infierno dantesco. Cerca del lago se puede suFumarolas cerca de Myvatnbir hasta el cráter de un volcán extinguido de tan solo 2Hverfell500 años, el Hverfell, y rodearlo por un camino donde el color negro contrasta con la claridad del cielo. Si nos alejamos un poco hacia el noreste llegaremos al parque con un nombre impronunciable, el Jökulsárgljúfur, que consiste en un cañón de unos 30 km. de largo que forma el segundo mayor río de Islandia, nacido en el gran glaciar del sur pero que desemboca esta vez en el océano ártico. Las paredes del cañón llegan a tener 100 metros de altitud y una amplitud medKraflaia de 500 metros. En el extremo más interior se encuentra otra de las más famosas cascadas, la Dettifoss, que se puede contemplar desde bien cerquita en su parte superior. Tras unos escasos 50 Km. desde Myvatn llegamos a Húsavík, cHúsavíkentro pesquero del ártico famoso por sus fáciles avistamientos de ballenas. La visión de su aleta dorsal a pocos metros, el resoplido de su respiración y, si se tiene suerte, el barrido de su cola cuando se zambulle de nuevo en el mar, dejan un recuerdo inolvidable.

La península Snaefellness del este

Si queremos alejarnos de los caminos más trillados y sentir la naturaleza aislada en todo su Restos de una ballenaesplendor tendremos que abandonar la Ring Road. Una buena opción es adentrarse en esta península, al este de la isla, hasta llegar a su extremo más occidental, donde se levanta un volcán bajo el glaciar Snaefellsjökul, conocido por ser el lugar donde Julio Verne situó la entrada al centro de la tierra en su famoso libro. En estas costas han naufragado cientos de barcos desde el descubrimiento de América hasta nuestros días. Todavía hoy se puUn puffin en el centroeden encontrar restos de embarcaciones de madera o trozos de casco de hierro oxidado a modo de Costa occidental de Snaefellsnesesculturas posmodernas esparcidas entre las rocas o playas. Si uno se acerca con sigilo a los acantilados podrá contemplar también a estos graciosos pájaros, mitad pingüinos, mitad Costa sur de Snaefellsnesgaviotas, que son los puffins, con sus picos y pies anaranjados, especie endógena de la isla.

Para finalizar un viaje tan intenso en emociones paisajísticas la isla ofrece una apacible descanso gracias a sus múltiples establecimientos de aguas termales. Sin duda la Blue Lagoon, al sur de Reykjiavik, es la más espectacular y visitada, por el color azul de sus aguas, fruto de la acción de unas microalgas que viven en ellas. Pero durante el camino habrán habido otras muchas posibilidades de disfrutar al aire libre de un caldeado y reconfortante baño en las piscinas municipales de cada pueblo o ciudad, mucho más baratas y donde el contacto con la población local es más fecundo.

Laguna azul