viernes, 22 de abril de 2011

La desafección sindical


Una experiencia de siete años como delegado sindical

Nota previa: este artículo ya lo había publicado en este blog hace más de un año, pero lo retiré a petición de unas excompañeras del sindicato, muy buenas amigas, que me lo pidieron para que no fuera usado en unas elecciones sindicales. Ahora ya ha pasado más tiempo si cabe desde que ocurrieron los hechos que describo. La antigua “cúpula” ya se ha jubilado, aunque me consta que los nuevos dirigentes de la sección sindical -designados por supuesto por sus antecesores- continúan con las mismas políticas de férreo control del poder.



En los últimos tiempos se oye hablar a menudo sobre la “desafección política” de la ciudadanía, a raíz sobre todo de los escándalos de corrupción que han habido. En mi opinión esta desafección es sistémica, quiero decir que es inherente a la propia organización del sistema político, basado en un sistema de partidos opacos y oligárquicos. Se necesitaría una revolución prodemocrática que lo trastocara todo para que la política volviera a interesar al ciudadano, su legítimo beneficiario.

Pero todo resulta mucho más grave cuando la desafección afecta también al ámbito sindical porque si los trabajadores desconfían de los sindicatos que en teoría les representan, entonces el empresariado se queda con las manos libres para aplicar su poder sin freno. Yo fui delegado sindical durante siete años en una gran empresa y acabé totalmente desencantado. Quiero decir, entonces, que según mi experiencia la desafección sindical está totalmente justificada, lo cual es un desastre para la justicia socio-laboral. Si siguen funcionando los sindicatos es gracias al esfuerzo de la base sindical que realmente ayuda a sus compañeros. Pero la desmotivación también aumenta cada vez más.

La primera sorpresa me la llevé cuando en unos foros virtuales de uso interno se me ocurrió cuestionar los beneficios de un pacto al que se había llegado en una negociación colectiva. Hasta entonces todos los comentarios habían sido halagadores y el mío era el único que, de forma educada y advirtiendo que mi objetivo era mejorar las condiciones en las sucesivas negociaciones, ponía en evidencia lo que se había perdido. Era una crítica constructiva. En seguida una secuencia de mensajes intentó desprestigiar mi intervención sin contradecir en ningún momento mis argumentos sino insinuando que si no lo apoyaba es que estaba del lado equivocado. Fidelidad ciega, si no estás conmigo estás contra mí. Éste fue el primer aviso de lo que iban a ser serias advertencias a mi “descarada” forma de entender el sindicalismo. A partir de entonces me fui dando cuenta de que en el sindicato existía una democracia formal aparente pero que en el fondo gobernaba una organización oligárquica donde dos o tres personas habían copado los puestos de más alta responsabilidad durante más de veinte años y habían decidido, mediante una estructura piramidal de fieles “comisarios políticos” en los diferentes territorios, controlarlo absolutamente todo, empezando por quién y en qué puesto debía ir en las listas para las elecciones de comités de empresa. Éste es el poder real que permite que existan las oligarquías, el poder de confeccionar la lista con los candidatos para las elecciones. Si quedas fuera o no estás en una de las posiciones seguras para salir elegido, se acabó tu vida sindical. Y como estas listas no se consensúan o debaten sino que se confeccionan de manera totalmente opaca y secreta por la cúpula dirigente, la mayoría de delegados intenta portarse bien, ponerse medallas y halagar a los jefes y a sus fieles ayudantes sin insinuar la más mínima crítica hacia ninguna de sus decisiones. Evidentemente todas estas listas luego se votaban, casi siempre a mano alzada para que se vieran bien los disidentes, pero siempre había una única lista. El único intento de hacer una lista alternativa se abortó desde la cúpula antes de que llegara a buen fin. Pero ésta es otra historia que quizás explique en otra ocasión.

Podría poner cientos de ejemplos que muestran cómo gobernaba una oligarquía y no una democracia. Desde la consigna que nos daban para votar Sí o No en congresos del sector o territoriales, hasta casos de marginación de algún delegado rebelde, pasando por ataques públicos insultantes, llamadas al orden o censuras. Si se hacía un congreso de mujeres, tenía que ir la cúpula, masculina por supuesto, para controlarlo. Los delegados o delegadas que resultaban incómodos desaparecían de los servicios centrales. El criterio para liberar a un delegado era la fidelidad ciega y sumisa, no había otro basado en el mérito, por ejemplo. La cuota sindical en la asamblea de la empresa estaba formada también por los delegados más fieles, que obtenían así como premio la elevada cuantía de las dietas o regalos en especie. Nunca supimos a ciencia cierta qué porcentaje de las millonarias dietas de los delegados del consejo de administración iba a parar al sindicato, no se enseñó nunca prueba alguna. Obviamente estos privilegiados eran la cúpula misma y hasta tal punto repetían cargo que cuando se dictó una ley para que un mismo consejero no pudiera estar más de 20 años en el consejo, una ley política hecha para forzar un cambio de presidente del consejo de la empresa, el delegado del sindicato tuvo que renunciar porque le afectaba también la ley. Tras tanto tiempo juntos no es de extrañar que al final se hagan amigos los jefes sindicales y los dirigentes empresariales. En ninguna negociación se tensó nunca la cuerda, se preferían los pactos mínimos a cualquier atisbo de conflictividad laboral. Algunos empezamos a sospechar y decidimos actuar … pero esto forma parte de la otra historia.

En fin, cuando me tocó a mí la llamada al orden y me conminaron a no realizar más intervenciones en los foros, decidí dejarlo. Esta experiencia me ha enseñado mucho. En el mundo sindical que he conocido el poder de la cúpula es absoluto, no hay democracia interna real. Imagino que ocurre lo mismo en los partidos políticos. Y luego los mismos dirigentes de estos partidos se quejan de la desafección. Es de un cinismo lamentable. Ellos mismos, la perpetuación de su concepción de la política como control del poder por el poder mismo, son una de las causas principales de que nuestra democracia resulte fallida.