lunes, 30 de junio de 2014

La nueva política, un mensaje de esperanza

Logo de "Otra Democracia es posible"
A principios de la década del 2000 participé en el nacimiento de un movimiento político en Barcelona, al que denominamos “Motivados”, mediante el cual nos presentamos a elecciones municipales y autonómicas, junto con un partido hermano llamado “Espiral”, en una coalición que bautizamos “Otra Democracia Es Posible”.

Uno de nuestros lemas, además de los de “democracia en espiral” o “revolución divertida”, era una cita de Nietzsche de su libro “Genealogía de la moral”:

 “El gran juego de la historia está en quién se apoderará de las reglas, quién tomará el lugar de los que las utilizan, quién se disfrazará para pervertirlas, para utilizarlas en sentido contrario y volverlas contra los que las habían impuesto, quién, introduciéndose en el complejo aparato, lo hará funcionar de tal modo que los dominadores se encontrarán dominados por sus propias reglas”.

Como estas palabras sugieren, nos presentamos a las elecciones de la democracia representativa con el ánimo de cambiar el sistema y llevarlo hacia una democracia real, más directa y participativa, aprovechando las mismas reglas del sistema. No queríamos ser un partido al uso, nos considerábamos unos infiltrados. Por eso quisimos desde el principio reproducir en nuestra propia organización y presentación de listas, aquella democracia a la que aspirábamos: rotación de cargos, asambleas abiertas a todos, listas por sorteo y abiertas.

Este movimiento fue una iniciativa más de los muchos movimientos sociales que surgieron en aquella época en respuesta a asuntos graves como la Guerra de Irak en la que nos estaba metiendo el señor Aznar o la Deuda Externa que ahogaba la economía de varios países del Sur.

Viñeta de la revista El Jueves del año 2003

Pero a pesar de ser el fruto de la efervescencia social del momento, tuvimos que luchar contra la incomprensión de muchos activistas que huían como de la peste ante la sola mención de que legalmente éramos un partido político. Costaba mucho explicar y hacer entender el método de la cita nietzscheana que estábamos utilizando.

El tiempo ha demostrado que fuimos unos pioneros. Hoy, más de 10 años después, ha tenido que estallar el descontento ante la política tradicional, ejemplificado en el movimiento 15-M, para que por fin se vea esta iniciativa de infiltración como uno de los posibles caminos para cambiar las cosas. Iniciativas como Podemos, Procés Constituent, les CUP, Guanyem Barcelona, los Piratas o el Partido X, por poner algunos ejemplos que conozco, van en la misma dirección que intentamos los Motivados.

La diferencia está en que ahora el clima es más propicio. Aunque los partidos políticos siguen provocando el mismo rechazo, se ha abierto una distinción entre los viejos partidos y los nuevos. El reto está en cómo establecemos los mecanismos para que las nuevas organizaciones no envejezcan con el paso del tiempo y acaben convirtiéndose en más de lo mismo. El reto está en encontrar el modo de hacer funcionar el complejo aparato de tal modo que “los dominadores se encuentren dominados por sus propias reglas”. Este proceso no puede basarse sólo en determinadas personas, este proceso tiene que culminar en un cambio de reglas, es decir, en una revolución, un proceso tranquilo y pacífico, pero revolucionario al fin y al cabo. Pero que no sea otra rebelión en la granja orwelliana. ¡Muchos ánimos!

jueves, 19 de junio de 2014

La anormalidad democrática




Hoy han coronado un nuevo rey en el estado español. Nuestros dirigentes políticos repiten hasta la saciedad en los medios de comunicación oficiales y afines que el proceso ha sido ejemplar, que todo ha ocurrido dentro del orden de la “normalidad democrática”.
Cuando un mismo mensaje se repite una y otra vez a través de los canales del poder es señal de que el interés no está en transmitir una información sino en imponer una visión obcecadamente ideológica.
De un acontecimiento que ha desplegado en las calles a 7000 policías, 2000 de ellos antidisturbios, en el que se han prohibido no solo manifestaciones sino incluso banderas republicanas, en el que se han repartido banderolas españolas entre la gente, no puede decirse precisamente que se inscriba en una “normalidad democrática”.
Un proceso para el que se ha aprobado una ley de abdicación en 15 días, tras el cual se decide aforar a un ex-rey, ahora ciudadano, sin dejar la mínima oportunidad para que el pueblo, que ostenta la soberanía, se pronuncie, no es un proceso “normal” en una democracia que se precie.
El nuevo rey Felipe VI es heredero de un trono que a su vez fue heredado del régimen del dictador Franco. Don Juan Carlos I juró como rey, entre otras cosas, que sería fiel al “Movimiento Nacional” fascista. ¿Cuán democrática puede ser una entronación con estos antecedentes?
Nos dicen que los españoles ya votamos la Constitución de 1978 en que se definía a nuestro régimen como monarquía parlamentaria. Pero, en primer lugar, los menores de 53 años, más de un 60 % de la población actual, no pudieron votarla. Y en segundo lugar, en el momento histórico de aquella votación, no se ofreció ninguna alternativa a aquella Constitución. La elección no era entre dos o más opciones, sino entre la única opción y el vacío oscuro y sombrío que nos enviaba directamente al agujero negro de la pre-democracia. Aquél fue un referéndum tramposo, se nos plantó delante de nuestras narices un texto cocinado entre las élites de los partidos de aquel momento que blindaron todos los mecanismos participativos para crear una democracia mutilada, despótica, sin el pueblo ni para el pueblo.
Por último, el proceso de coronación se ha llevado a cabo poco después de unas elecciones europeas que han puesto en evidencia que la mayoría parlamentaria actual es menguante, exigua, inestable. Tras el movimiento de los indignados, mareas verdes, blancas, amarillas y cientos de luchas más contra las injusticias en un contexto de crisis económica, social y política profunda, se empiezan a poner de manifiesto opciones políticas que cuestionan el orden establecido. Los dos grandes partidos mayoritarios ya no representan ni a la mitad del electorado. ¿Es “normal” democráticamente hablando que en este contexto se lleve a cabo el proceso de sucesión a espaldas del pueblo?
El poder establecido se huele lo que viene y el miedo le hace actuar con precipitación, ninguneando las fuerzas emergentes, eludiendo el debate, en definitiva, sin verdadera democracia.
La coronación del nuevo rey supone una anormalidad democrática, otra más a la que nos tienen acostumbrados en los últimos tiempos. Y lo que el pueblo no ha elegido, el pueblo lo puede derrumbar. Eso sí, mediante una democracia real, cuando nos dejen.