domingo, 16 de noviembre de 2008

VIVIR – Una joya muy actual del cine de Kurosawa



Esta producción de 1952, con sus críticas a la burocracia institucional, a la política como marketing electoral, a las corruptelas, al trabajo alienante y al trato despreciativo que la administración pública da al ciudadano, tratado todo con una sutil ironía, constata la pérdida de algo primordial en el cine si lo comparamos con el que llega hoy a nuestras pantallas. Pero si a esta crítica social al poder le añadimos la pregunta por el sentido de lo que hacemos, el valor de nuestra dedicación profesional, nuestra capacidad no ya para ser felices sino tan solo para estar mínimamente satisfechos, la película adquiere una profundidad que nos toca de lleno. Entra así en la categoría de obra maestra, una especie en extinción.

El señor Watanabe es el responsable de la “Sección del ciudadano” del ayuntamiento de Tokio, un departamento donde teóricamente se canalizan las peticiones ciudadanas de mejora pero donde en la práctica éstas se pierden en la maraña de la administración cuando se derivan de una sección a otra ante la desidia de los funcionarios. Kurosawa ironiza con el caso de una petición para construir un parque público en un lugar maloliente. Tras pasar por diez o doce secciones diferentes, se completa el círculo y la petición vuelve a la sección del ciudadano, donde se archiva sin darle más importancia. Pero un día el señor Watanabe, viudo, que lleva 30 años trabajando en la misma oficina inmerso en una rutina sin alicientes, descubre que padece una enfermedad terminal. Aquí aflora otra de las críticas del director japonés, esta vez contra el estamento médico que, lejos de confrontar directamente el grave problema con el paciente, minimiza la enfermedad sin darle importancia. Afortunadamente un código compartido entre los enfermos le hace percatarse del pronóstico correcto: le quedan seis meses escasos de vida.

A partir de ahora el señor Watanabe penetra en el círculo fatal de la pregunta por el sentido de la propia vida. Dicen que la muerte es el espejo más fiel ante el que nos sentimos obligados a mirar y enfrentarnos a nosotros mismos, a lo que hemos hecho y lo que hemos dejado de hacer, a lo que todavía podríamos hacer. Ante la muerte de un amigo, un familiar, o la posibilidad de la nuestra, no hay excusas ni subterfugios. No hay tiempo de demora, el plazo nos vence a cada uno inexorablemente y nada puede dejarse para mañana. El funcionario jefe está abatido por su pasado anodino y ahora buscará con desesperación VIVIR lo que le queda de vida. ¿Pero qué significa “vivir” con mayúsculas? Las primeras respuestas las buscará, arrastrado por un escritor bohemio que conoce en un bar, en lo más inmediato, los placeres instantáneos del cuerpo: la bebida, la comida, el sexo.

Tras una noche loca por los garitos de Tokio llega cansado a su casa, donde convive con su hijo y su nuera, que sólo piensan en aprovecharse del dinero ahorrado por el padre. La melancolía se vuelve a apoderar de él, no ha encontrado la respuesta que buscaba. En su casa le espera una antigua empleada que necesita un sello de su jefe en un papel para dejar el trabajo. Dice que lleva un año y medio y se aburre. Este personaje y su actitud ante la vida le conducirá por otro camino. ¿Cómo es que ella quiere cambiar tras un lapso tan corto de tiempo cuando él ha aguantado tanto sin rechistar? Él ha tenido que sacrificarse, dice, para darle seguridad económica a su hijo, quien encima no se lo agradece. La chica, alegre y jovial, le hace ver que su hijo no le ha pedido ningún sacrificio, que la razón que aduce no es cierta, que su decisión le atañe sólo a él. ¿Cuántas veces no realizamos nosotros estos falsos sacrificios poniendo como excusa a un tercero? Dejamos quemar nuestras vidas por el mito de la seguridad, la nuestra o la de nuestros allegados, pero este mito nos impide vivir más plenamente, dirigirnos por el camino que nos indica el corazón y no la razón planificadora, que no es más que un miedo, disfrazado, ante la incertidumbre. El señor Watanabe de momento sólo sabe que se siente bien al lado de la joven y no quiere separarse de ella. La exempleada ha encontrado un nuevo trabajo en un taller de juguetes. Comienza a estar un poco harta de la compañía de un viejo sin ilusiones pero entonces, en lo que será su último encuentro, le da la clave al funcionario para orientar lo que le queda de vida. Ella está feliz porque sabe que con los juguetes que fabrica muchos niños estarán contentos. Un rayo de luz atraviesa entonces el semblante del señor Watanabe. Al día siguiente se reincorpora a su puesto de trabajo, al que había faltado ya durante dos semanas.

A partir de este momento el resto del film nos muestra una larga escena del velatorio del pobre hombre donde sus compañeros y familia rememoran su reciente pasado. Desde que volvió al trabajo el funcionario jefe se empeñó en llevar a la práctica la última petición ciudadana que había quedado sobre su mesa, la construcción del parque. Pasando por encima de todos los obstáculos burocráticos, corruptelas y desidia incluidos, visitando personalmente todas las secciones implicadas, hasta al teniente de alcalde, haciendo seguimiento de las obras, en fin, implicándose en cuerpo y alma, consigue tras cinco meses que se inaugure el parque con gran regocijo de sus impulsoras iniciales. La última noche de su vida la pasa columpiándose alegremente bajo la nieve en las nuevas instalaciones. Ésta es la imagen del cartel de la película que se muestra en este artículo. La ironía de Kurosawa nos deleita al final con otro regalo: los compañeros del muerto habían decidido emular a su antiguo jefe implicándose cada uno en resolver las peticiones que llegaran; pero al día siguiente, ante la primera de ellas, la desidia y la falta de compromiso y apoyo del nuevo responsable, vuelve a vencer la partida. Es muy gráfica la imagen de uno de los funcionarios escondiendo la cabeza tras una pila de expedientes desordenados sobre su mesa. El señor Watanabe encontró finalmente el sentido de esas eternas horas de su vida que dedicaba a ganarse el sustento. Pero ¿encontraremos nosotros el nuestro?


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