sábado, 5 de enero de 2008

La riqueza genera pobreza


Economía y termodinámica

Recuerdo que un antiguo profesor de física de la universidad, hoy director de un importante museo de la ciencia en Barcelona, defendía, en una de sus lecciones magistrales, que la economía no puede ser una ciencia pues su objeto de estudio, llámese capital, dinero o riqueza, no cumple la primera ley de la termodinámica, aquella que dice que la energía no se crea ni se destruye, sino que sólo se transforma. Es decir, sostenía el flamante profesor que la riqueza económica sí se crea y se destruye y por lo tanto no se pueden formular leyes de conservación que expliquen o predigan su comportamiento.


Pues bien, la idea que quiero lanzar aquí es la hipótesis de que la riqueza, el capital, el dinero, sí cumple esta ley termodinámica y que esta hipótesis es altamente fructífera porque desvela muchas de las falacias de la teoría económica tradicional. Para que esta hipótesis sea plausible es necesario considerar los procesos económicos dentro de un sistema global en el que confluyen flujos de capital asíncronos, actores económicos heterogéneos y distantes y recursos naturales diversos. Pongamos varios ejemplos.

Tengo un capital en una entidad financiera que al cabo de un año ha crecido un 3%. O sea, que soy un 3% más rico que el año pasado, el banco ha aumentado mi riqueza como de la nada, sin yo mover un dedo. Falacia al descubierto: alguien a quien no conozco está pagando al mismo banco un 4, 7 o 12% de interés por un préstamo. El dinero que esta persona paga de más respecto al capital solicitado, sirve para pagar mi interés positivo y el funcionamiento del banco, así como para aumentar su cuenta de resultados.

En el patio de mi casa, a cientos de metros de profundidad, descubro una bolsa de petróleo que exploto convenientemente y me hago millonario al cabo de unos años. Falacia al descubierto: por un lado, una multitud de consumidores de gasolina, gasoil o plástico serán los que habrán contribuido a mi riqueza. Por otro lado, de mi riqueza no se descontará ni un céntimo por los efectos negativos que cause en el medio ambiente la explotación de mi negocio, costes que sufragarán el Estado o los mutualistas en forma de hospitales y profesionales de la salud que se ocuparán de las consecuencias de la contaminación atmosférica en el ser humano, o en forma de grandes desalinizadoras de agua de mar para paliar la sequía provocada por el efecto invernadero que he contribuido a intensificar.

Tengo una gran idea para montar un negocio empresarial. Un servicio innovador que falta en mi ciudad. Pero no lo puedo poner en marcha yo solo. Por ello contrato primero a dos empleados y luego poco a poco voy aumentando la plantilla. Estoy contribuyendo a crear riqueza, no sólo la mía, sino que además creo puestos de trabajo. Falacia al descubierto: no sólo los consumidores de mi servicio son los que me hacen rico con sus pagos, sino también la plusvalía de mis trabajadores, como ya mostró hace unos cuantos años Karl Marx.

Bien, los ejemplos son innumerables y en cada caso podemos llegar siempre a desvelar la falacia de la generación de riqueza. La riqueza no se crea ni se destruye, sólo se transforma, es decir, cambia de manos, se acumula en unos pocos a costa de muchos o se transforma de materias primas y recursos naturales en bienes de producción, salarios y residuos contaminantes. Lo que se gana por un lado se pierde por el otro.

Esta sencilla hipótesis, ahora ya convertida en teoría, tiene dos importantes corolarios para nuestras vidas:

Uno atañe a nuestra propia supervivencia: el bienestar basado en un crecimiento económico contínuo nos lleva directamente a la destrucción. De nuevo, lo que ganamos por un lado lo perdemos por el otro, aunque las consecuencias sólo las sufran las generaciones futuras.

El otro es de orden moral: el rico lo es a costa de la pobreza de otros. Ser rico no es una cuestión de inteligencia, suerte, voluntad u oportunidad, sino una cuestión de egoísmo, deslealtad, avaricia y oportunismo.

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