miércoles, 14 de enero de 2009

Desaparecido en la guerra civil española







Crónica contra la desmemoria histórica (I)

Manuel Sierra Sanz, nacido el 9 de enero de 1906 en Caspe, Zaragoza, y residente en Barcelona hasta que fue llamado a filas para luchar en el bando republicano de la guerra civil española, desapareció en combate sin dejar rastro. Su única hija, fallecida hace poco más de un año, reunió unos cuantos documentos sobre su padre y solicitó en los archivos militares toda la información de que dispusieran para acreditar su defunción. Todos estos legajos han pasado ahora a manos de sus nietos. El que esto escribe ha tenido acceso a ellos para escribir esta crónica y otras que vendrán a continuación, si la investigación que pretendo realizar da algún fruto.

La única información que se encontró en los archivos de la Guerra Civil de Salamanca, General Militar de Guadalajara y General Militar de Ávila fueron dos referencias en el boletín del Ministerio de Defensa republicano sobre su ascenso a teniente y a capitán de campaña en agosto y septiembre de 1938 por sus méritos de guerra. Después de estas fechas, el vacío absoluto. La hija de Manuel entonces tenía 2 años. Al hacerse mayor, su madre le dijo que su padre había muerto luchando en el Montseny y que lo sabía porque se había publicado una reseña en el diario anarquista Solidaridad Obrera.

De los documentos que nos han quedado poco podemos saber de su vida. Manuel era tornero de profesión y trabajó en las principales fábricas de automóviles de Barcelona, como la Hispano Suiza, Elizalde S.A. o la Fábrica Nacional de Automóviles. Fue un paradigma de la creciente clase obrera de la industria catalana, sufriendo el despido por los avatares propios del ramo, porque aquí se suprime un turno o allí se reduce personal. Realizó el servicio militar en el remplazo de 1927 y duró bastante porque en noviembre de 1929 le dan un permiso para casarse con Antonia Gómez. Siete años más tarde, en marzo del 36, nace su hija, tan solo unos meses antes de que un general ambicioso de esa España rancia y casposa se declarara en rebeldía y comenzara el episodio más sangriento de la historia del Estado español.

El último domicilio conocido de Manuel Sierra fue la calle Rocafort, 177, 5º 2ª de Barcelona. Tras su supuesta muerte, todavía no documentada, su mujer tuvo que salir adelante como pudo, al cargo de su pequeña, en una Barcelona arrasada. Vivió en la calle Aragón, en San Pablo y en la calle Providencia, donde trabajaba como portera. A su marido lo habían llamado para defender la legítima República con la que se había dotado democráticamente el pueblo español. El general fascista vino a trastocarlo todo, las esperanzas e ilusiones de una familia trabajadora se fueron al traste. Manuel posiblemente murió en los últimos meses de la guerra, no muy lejos de casa, en tierras catalanas. Su muerte no está acreditada oficialmente, sus restos nadie sabe dónde descansan. Los familiares, sus dos nietas y un nieto, tienen derecho a saber algo más, aunque sólo sea como homenaje al esfuerzo de su madre por conocer en los últimos años de su vida algo más sobre las circunstancias que acompañaron la muerte de su padre.

Contra las voces de quienes pretenden “pasar página”, “no remover tragedias fraticidas” o que equiparan por igual las atrocidades de los dos bandos, sirvan estas crónicas para hacer más visibles a nuestros muertos desaparecidos, qué casualidad, casi todos republicanos, los del bando perdedor, qué casualidad, los que defendían la legalidad democrática vigente. Porque la desmemoria histórica es el camino más directo hacia el totalitarismo y hacia la repetición de las atrocidades.


3 comentarios:

raquel dijo...

Entre otras muchas cosas, la hija del Capitan Sierra me enseño que en esta tierra no debemos esperar la magnanimidad ni de Dios, ni de ningún amo. Por consiguiente somos nosotros los que tenemos la obligación moral de preocuparnos por los demás y de intentar empatizar con el dolor ajeno. Supongo que para ella, formar parte del bando de los perdedores de nuestra guerra civil, conformó y moldeó también su carácter. Es necesario no olvidar todo lo ocurrido para superarlo, pero la herida debe cerrarse correctamente. Desgraciadamente, todavía queda en España, mucho camino por recorrer. Orquídea Sierra lejos de vivir la tragedia de la pérdida de su padre con amargura, se dedicó a tener una actitud crítica e inteligente ante la vida. Poco práctica posiblemente, pero sincera y coherente. Todo lo que aprendimos de ella nos ayuda hoy a no querer convertirnos ni en siervos ni mucho menos en amos. Gracias Orquídea. Josep Giralt

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...
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