jueves, 30 de julio de 2009
Aislado en una granja australiana
Crónicas australes (IV)
Tras seis horas de viaje en tren desde Sydney, llego a la estación de Wellington, un pueblecito del interior, donde me han de recoger para trabajar durante unos días como wwoofer. Los wwoofers son personas que intercambian trabajo en una granja por alojamiento y comida. Me recibe Jean, una viuda de 57 años que vive con su hijo Callum, de 12 años, fruto de un segundo matrimonio. Jean tiene otros dos hijos y cinco nietos, a los que visitaremos durante mi estancia en la granja.
La granja de Jean está cerca de Goolma, pueblo de cuatro casas a media hora en coche de Wellington y Mudgee. Pero pronto me entero de que Jean en realidad no trabaja como granjera sino como conductora del autobús escolar de Goolma. Su casa está en un terreno aislado al que sólo se puede acceder por una sucia pista de tierra. Jean trabaja también en una asociación que llaman de "landcare", de cuidado de la tierra, en la que se intenta preservar la calidad tanto de la tierra agrícola como de la vida de los granjeros. El primer día acompaño a Jean a una reunión en la que se discute un proyecto subvencionado con fondos públicos para amenizar una noche de los granjeros, deprimidos en los últimos tiempos por una sequía que dura ya diez años y que les impide obtener unos ingresos dignos.
Mi trabajo en la "granja" consiste en podar todo tipo de árboles y en cavar zanjas para delimitar zonas ajardinadas. Mis herramientas son una sierra eléctrica, brommmm, y unas "loppers" o tijeras podadoras, además de la carretilla, escalera, pico y pala de rigor. Le echo unas seis horas al día, caray, que no estaba acostumbrado a trabajar tanto con mi espalda sufriente. Pero acabo sin quejarme y con Jean gratamente satisfecha.
El hijo de Jean, Callum, creo que es adicto a un juego de ordenador. Durante sus vacaciones escolares de invierno se pasa todo el día enganchado, incluidas las horas de desayuno, comida y cena. Su madre le deja porque así lo mantiene entretenido y "feliz". Yo pienso que la tristeza de Jean por la pérdida relativamente reciente de su segundo marido, muerto de repente hace tres años por un ataque al corazón, le impide ser severa con su hijo. Durante una conversación con Jean, se levantó y sacó una foto de los tres que guarda escondida tras una postal magnética sobre la puerta de la nevera. Me dijo que era la última foto que conservaba de su marido. La tristeza de su historia me impidió rebelarme contra su autoridad en el trabajo, algo que me reventaba bastante. Es sorprendente la facilidad con que uno olvida el sometimiento que supone trabajar a las órdenes de alguien. De todas formas no me puedo quejar. Tanto Jean como Callum, más allá de sus manías, han sido amables y simpáticos conmigo. Y me han permitido conocer la Australia rural y profunda de las familias trabajadoras con recursos escasos. Escribiré dos artículos más sobre esta experiencia porque vale la pena. En uno os hablaré de un mercadillo al que asistí en Yeoval, el pueblo donde vive la hija de Jean con su marido y cuatro hijos. En otro os hablaré un poco más de esta singular familia.
Durante mi estancia en la granja salí a pasear algún día al atardecer. Pude ver en estos ratos mis primeros canguros salvajes.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario