martes, 19 de diciembre de 2017

Votar en tiempos revueltos


El próximo día 21 Catalunya está llamada de nuevo a las urnas. Yo ya he votado, por correo, en Chiang Mai, Tailandia, ayer lunes, tras recibir la documentación tan solo 4 días antes de las elecciones, con el tiempo justo para que la carta llegue a la embajada en Bangkok. Sé que hay otros catalanes más lejos que no van a tener tiempo de votar. Puede parecer una anécdota pero mi experiencia de voto el pasado 1 de octubre, también por correo, fue que en aquella ocasión la documentación llegó con mucho más tiempo, por email, aun cuando las dificultades, debidas al boicot del Estado, eran mayores. Y es que la proximidad entre el referéndum de hace dos meses y estas elecciones hace que la comparación sea insoslayable. 

Nos repetían en aquella ocasión que se trataba de un referéndum ilegal que no tenía garantías. Y yo me pregunto, en qué legalidad se basa la convocatoria de estas elecciones por el gobierno central después de haber cesado al gobierno autonómico elegido democráticamente y haber disuelto el Parlament, cuando estas atribuciones son exclusivamente potestad del presidente de la Generalitat. Y me pregunto también qué garantías tienen estas elecciones cuando los cabeza de lista de dos de las candidaturas con más posibilidades de gobernar no pueden participar en la campaña en condiciones iguales al resto, uno por estar en prisión y otro por estar en búsqueda y captura en territorio español, ellos y varios miembros más de estas candidaturas. O cuando la Junta Electoral Central dictamina contra el derecho a la información de medios públicos como TV3, o limita la libertad de expresión y manifestación de la gente, perjudicando sistemáticamente a las candidaturas y colectivos independentistas, mientras deja que el resto de medios estatales, públicos y privados, hagan campaña descaradamente por los partidos unionistas. Qué garantías pueden tener estas elecciones cuando la entidad encargada del recuento es una empresa privada elegida a dedo que ha pagado cuantiosas comisiones al PP o cuando varios candidatos no pueden expresarse con libertad en los mítines por miedo a las represalias de los jueces, o cuando desde diversas instancias del gobierno español se amenaza veladamente  con seguir aplicando la represión política y judicial si el resultado no satisface a sus intereses. Y sin embargo, qué talante más diferente el de las fuerzas opuestas al referéndum, que lo intentaron boicotear por activa y por pasiva, con violencia institucional incluida, y el de las fuerzas independentistas que, aun proclamando estas elecciones como ilegítimas, han aceptado el reto de participar para mostrar su fuerza electoral sin que nadie pueda esta vez esgrimir excusa alguna.

 Estas elecciones son anómalas en todos los sentidos, ilegítimas cuando no ilegales si un Tribunal Constitucional realmente imparcial pudiera resolver con equidad el recurso al 155 interpuesto por Podemos, y sin garantías democráticas por la desigualdad manifiesta con la que concurren algunas candidaturas. Pero desde el momento en que todos los actores políticos han decidido participar, a los  ciudadanos nos toca expresarnos y el resultado será determinante para nuestro futuro democrático. Nos jugamos mucho. Nos jugamos mucho más que nuestra adscripción a una nación u otra, a un Estado u otro, pues lo que está en entredicho es la democracia misma.

 En el mes de Agosto de este año, tras los salvajes atentados yihadistas de Barcelona y Cambrils, se alzó una voz colectiva de manera espontánea en todas las plazas catalanas. "No tinc por", "no tengo miedo". Mi interpretación de este lema coreado profusamente es que intentaba expresar no solo un desafío colectivo ante la barbarie de los atentados sino también un desafío colectivo ante las amenazas constantes de un Estado con el monopolio de la violencia preparado para actuar contra los desobedientes que osaran participar en el referéndum del 1 de octubre. Y efectivamente, este desafío colectivo del "no tinc por" se materializó en las concentraciones, más espontáneas que organizadas, aunque algunos jueces no quieran verlo así, del 20 de septiembre ante la Conselleria de Economia y sobre todo, el día 1 de octubre, en los colegios electorales, de forma absolutamente pacífica, pero al mismo tiempo con una determinación asombrosa que ni los policías se lo podían creer. Cuando los antidisturbios empezaban a cargar, la gente, lejos de amedrentarse y huir, alzaba las manos y seguía en su sitio, sentados o en pie, tozudamente alzados, gritando "som gent de pau", "somos gente de paz". Fue una demostración de democracia radical que no se daba desde el 15 M. Lo que ocurrió ese día, junto con lo vivido el día 3 de la huelga general y las manifestaciones de repulsa contra la represión, marcaron un hito que pasará sin duda a formar parte de la historia de las luchas colectivas por la democracia.

 Pues bien, ese espíritu del 1 de octubre de defensa radical de la democracia, sin miedo a represalias ni amenazas de ningún tipo, es el que debería prevalecer en las elecciones del 21 D si queremos defender la supervivencia de nuestra ya de por sí débil democracia. No nos dejemos amedrentar por los partidos que apoyan la represión. Si orientamos nuestro voto en función de nuestros miedos, ya hemos perdido. La conquista de la libertad es dura, nadie dijo que fuera fácil, pero es el único camino si no queremos vivir sometidos a la ley del más fuerte. El futuro está lleno de incertidumbres, nadie sabe lo que va a pasar, pero una cosa está clara: si votamos por miedo o porque no veamos una salida clara a nuestro ideal al tener enfrente al monstruo del fascismo bloqueando todas las puertas, entonces ya habremos perdido, y perderemos no solo lo que deseamos, sino la posibilidad misma de desear algo alguna vez, nosotros o cualesquiera otros que osen aspirar a superar la pesada losa de este llamado "régimen del 78", que no es otro que el monstruo del franquismo disfrazado de aparente demócrata. No lo hemos despertado, no, ya estaba ahí, acechando para actuar cuando fuera necesario.

 Lo que nos jugamos, en definitiva, este 21 de diciembre en Catalunya, pero también en el Estado español, es la elección entre una involución recentralizadora y recortadora de derechos espoleada por ese nacionalismo español, aunque no se reconozca como tal, que tiene su razón de ser en la (re)conquista, territorial e ideológica, o, por el contrario, seguir hacia la superación de ese régimen, caduco y corrupto, proceso arduo y no exento de dificultades, es cierto, pero único camino digno de recorrer si queremos construir una democracia real y social que ponga fin de una vez por todas al lastre de ese imperio fallido que todavía perdura en el alma de la "nación española".

Este 21 D, gritemos, una vez más, "No tenim por !"


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