martes, 9 de diciembre de 2008
El relativismo o el cuestionamiento de la verdad
Con este artículo inauguro una nueva sección del blog, Pensamientos, donde las crónicas realizan una incursión en el mundo de las ideas. La podría haber etiquetado también como “Mis teorías favoritas”. Son aquellas teorías, propias o ajenas, con las que más identificado me siento. Mediante las ideas ordenamos el mundo, le damos un sentido a los fenómenos o nos guiamos en nuestras acciones. No hay mundo exterior sin ideas, sin pensamientos, sin una mirada particular enfocada por los conceptos y la experiencia personal. Por eso una crónica no puede ser del todo objetiva. Si el autor no expone sus ideas, su visión del mundo, omite la mitad de su honestidad. Pero bien, la relación entre lo exterior y lo interior será ya materia de un pensamiento específico.
El relativismo afirma que no existen verdades absolutas. En este sentido se opone al dogmatismo. Está emparentado con el escepticismo, aquella corriente del pensamiento que, tras estudiar con cuidado las cosas, llega a la conclusión de que no se puede afirmar o negar nada concluyentemente. Pero el escepticismo lleva a la inacción, la ataraxia, la suspensión del juicio. El relativismo, en cambio, admite la validez de ciertas proposiciones o juicios, aunque siempre referidas a un esquema, estructura o conjunto de valores.
Se dice que el primer relativista fue el filósofo griego Protágoras, quien afirmó que “el hombre es la medida de todas las cosas”. En efecto, miramos al mundo siempre a través de un cristal, nuestro propio ser, condicionado biológica y culturalmente. El mundo no es el mismo para la hormiga, el león, el murciélago o el hombre. Tampoco lo es para un animista afrocubano, para un calvinista o para un científico racionalista. ¿Quién de todos ellos está más cerca de la verdad? Todos y ninguno. Todos están cerca de su verdad relativa y ninguno de la verdad absoluta.
Kant es considerado el último filósofo moderno porque, aun participando del anhelo por la búsqueda de la verdad, llegó a la conclusión de que ésta es imposible, no podemos acceder a una verdad objetiva -lo que él llamó la “cosa en sí” (nóumeno)-, sino sólo a los fenómenos, a lo que se nos aparece. El estudio de los fenómenos sería el campo de las ciencias y, por tanto, muy a su pesar, Kant anunciaba con esta incapacidad la muerte de la filosofía. Pero incluso los fenómenos, los “hechos”, no nos llegan desnudos sino, como bien vio Nietzsche, cargados de interpretaciones, de supuestos teóricos. Nuestra percepción no es neutral. Vemos en función de cómo hemos educado la mirada. “Verdad es lo que afirma el estilo de verdad que es verdad”, dice Feyerabend, y estilos de verdad pueden haber cientos. Es la misma idea de Tarsky de que la verdad sólo puede ser definida como “verdad en una estructura”. Podemos decir que algo es verdadero sólo si encaja en los criterios de verdad que hemos construido previamente, como en aquellos juegos de niños en los que se han de encajar diferentes figuras geométricas en sus moldes respectivos. Desde el campo de la ciencia también se ha llegado a una formulación parecida con el principio de Heisenberg que, generalizado, nos dice que el observador siempre influye en lo observado. Sin embargo la ciencia actúa con el “como si” kantiano, estudia los fenómenos como si fueran objetivos y los expresa en leyes que pretenden ser universales. La ciencia hace trampa porque parte de que todas sus teorías son hipotéticas pero las presenta como verdades absolutas que sólo un ignorante puede atreverse a desmentir. Pero una crítica de la ciencia supera la brevedad de este artículo.
Se acusa al relativismo de inmoral porque con el “todo vale” se puede llegar a negar el Holocausto o el cambio climático, por ejemplo, negar lo que nos incomoda y quedarnos sólo con las verdades que nos interesan. En primer lugar hay que distinguir entre el relativismo en el conocimiento y el relativismo ético. El primero no lleva al segundo, son dos planos distintos aunque interconectados. Lo que podemos conocer es muy diferente de lo que podemos o debemos hacer. En segundo lugar y como ya se ha dicho, el relativismo no niega las verdades relativas, relativas a una época y a una cultura. Los dioses griegos eran verdad en la Grecia antigua al igual que los quarks son verdad para la ciencia moderna. Esto no invalida el que quien quiera pensar como un griego crea en Apolo y Dionisio, aunque resulte anacrónico. Pero lo que sí ofrece el relativismo es una amplitud de miras para no prejuzgar creencias y pensamientos diferentes a los hegemónicos. Nuestra cultura occidental está muy determinada por la ciencia y la tecnología, por el cristianismo y por el materialismo. Si nos alejáramos un poco de estas macroestructuras limitantes se abriría un mundo de posibilidades mucho más rico y diverso. El relativismo es una buena vacuna contra el pensamiento único que nos anquilosa, ya sea científico, religioso o de otra índole, y contra cualquier bandera que quiera imponer su verdad y su visión sobre las demás.
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